La Argentina de "Los Tres Chiflados"

"Los Tres Chiflados" fueron un trío cómico que sobresalió en la comedia cinematográfica occidental de las décadas de 1930 a 1950. Lo integraban Moe Howard, Larry Fine y Curly Howard (quien sería luego reemplazado por Shemp Howard). Se caracterizaban por entablar una farsa de estilo físico; una forma bulliciosa y burda de pasos de comedia que basaba su atractivo en el dolor, golpes y bromas de humor que excedían -por mucho- todo límite al sentido común. Esta farsa física se combinaba con juegos de palabras y diálogos también absurdos; coreografiados con una notable precisión. El combo terminaba haciendo reír al espectador por lo simple, ridículo y exagerado.

Casi cien años después, el "Teatro del Absurdo" que constituye la política argentina redescubre esta forma de sainete y desarrolla, en 2023, una versión vernácula de un espectáculo similar. Teatro del Absurdo que, excepto por la parte física como las tortas en la cara; los cachetazos infinitos; las patadas y las escenas que bordeaban la tortura explícita, -todas cosas impensables hoy-, recrea casi con exactitud todo lo demás. Frases, contestaciones y diálogos absurdos coreografiados con notable precisión se combinan con situaciones que podrían resultar desopilantes si no fuera por la bruteza y la brutalidad que esconden detrás. Y, aclaro, existe la palabra «bruteza", la cual se refiere a la calidad de ser bruto o tosco, sin pulimento ni adorno; mientras que la palabra «brutalidad" sugiere un comportamiento torpe, grosero o cruel.

Hoy tenemos nuestros propios innumerables chiflados domésticos; burdos insuperables disfrazados de candidatos viables. Cada uno de ellos acompañados por una cohorte de acólitos y de sopladores de guiones y de eslóganes a la oreja; de tóxicos inmorales aplaudidores seriales; todos ejerciendo distintas formas de violencia que no tienen el menor rastro de humor. No solo la violencia física es violencia; la violencia verbal puede ser tan dañina como aquella que pega. Y la violencia no debe mover a risa nunca; mucho menos cuando no es aislada y se repite de manera perversa, una y otra vez. No; la coreografía dispuesta por estos candidatos no da risa; por el contrario, inspira angustia, espanto o mucho temor; al desplegar su «bruteza" y su «brutalidad" tanto en palabras imperdonables y en sentencias bestiales unos; como en silencios cómplices los otros. Expresando ideas peligrosas unos; dejando en evidencia una notable falta de ideas otros. Con oraciones falaces y a los gritos destemplados unos; por medio de mentiras recurrentes y flagrantes otros. Recitando promesas de campaña que todos sabemos que no podrán cumplir jamás unos; descerrajando contestaciones virulentas como todo argumento en contra, otros. Pero todos desenvainando en sus conductas y en sus dichos una crueldad que debería resultarnos insoportable. Intolerable.

Pero no, lo soportamos todo. Lo resistimos todo con un estoicismo rayano en la enfermedad. Conllevamos cada muerte sin sentido en cada lugar de la extensa geografía nacional; cada robo civil o institucional; cada apoderamiento de ingresos actuales y futuros; cada desfalco que sigue desfinanciando el futuro. Soportamos cada frase hiriente e innoble; cada acción abusiva. Lo aguantamos todo; lo sobrellevamos todo.

No creo que sea una virtud; no creo que se trate de una buena resiliencia; tampoco del supuesto virtuosismo de la tan publicitada "anti-fragilidad" que pregona Nassim Taleb. Nada de esto nos hace ser una sociedad que salga fortalecida; tampoco nos convierte en algo mejores. Solo nos vuelve una sociedad más disfuncional; más enferma y rota. Puestos a explicarnos, creo que, en realidad, nos inunda una "profunda apatía hacia la realidad; una anestesia para la realidad" como dice Byung-Chul Han respecto a la sociedad global contemporánea. Creo que esa apatía nos alcanza a nosotros, también.

No nos conmociona la realidad en la que vivimos. Más de 20 millones de personas viven por debajo de la línea de pobreza, más de cuatro millones de personas por debajo de la línea de indigencia. Dos de cada tres chicos son pobres; siete de cada diez chicos que cursan tercer grado no saben leer ni escribir. Eso no nos conmociona. Nos matan por un celular; por un auto; por una billetera; nos matan porque sí. Tampoco eso. Seguimos sin reaccionar. Nos refugiamos en la ficción, en la distracción, en la gratificación inmediata que nos da el desprendernos lo más rápido posible de nuestra moneda tan devaluada y rota como nosotros. Devaluada y rota como la sociedad que no somos.

Y así, van a llegar los debates presidenciales obligatorios y apuesto que dejaremos que Los Tres Chiflados actúen, griten y se peguen entre ellos en una bien ensayada coreografía. Dejaremos que se revoleen tortas en la cara, que se pateen los traseros y se cacheteen unos a otros; sin darnos cuenta de que todas esas tortas, patadas y cachetadas, las pagamos primero nosotros y las recibimos nosotros después. Cual idiotas lobomotizados los miraremos actuar; los dejaremos hacer. Algunos mostrando una sonrisa vacía; otros con el hilo de baba colgándoles por la comisura de los labios; otros festejando sin saber qué.

Vivimos, apáticos, el momento en el que se juntaron el peor gobierno de la historia; la peor oposición y los peores candidatos posibles; combo con el que pretendemos salir y dejar atrás el más bajo momento histórico de la Nación. ¿Qué podría salir mal? me pregunto, sacándome el merengue de la cara y de los ojos.

 

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