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De Pichetto a Pettinato: el folclore bajo fuego de los que se creen por encima de su tierra

El hombre que alguna vez tocó el saxo con Sumo y que hoy se pasea por el streaming, declaró sin pudor: “El folclore me avergüenza”. Y fue más allá, comparó escucharlo como recibir “el abrazo de una madre desnuda”. 
Miércoles, 23 de julio de 2025 09:57
Pichetto y Pettinato, polémicos. Fotografía generada por IA

En menos de cuatro meses, dos figuras públicas, Miguel Ángel Pichetto y Roberto Pettinato, se despacharon con frases de desprecio hacia el folclore argentino. Qué hay detrás de ese rechazo. ¿Es acaso una mirada de desprecio por lo propio y de vergüenza selectiva que siempre apunta hacia el interior profundo?

Hay una parte de la Argentina que nunca se termina de aceptar a sí misma. Una parte que se avergüenza del olor a tierra mojada y del bombo legüero, del grito quebrado de una zamba. Una parte que todavía se mira al espejo con ojos prestados, con los anteojos de París, Londres o Nueva York, y se olvida, o más bien se niega a ver todo lo que vibra en nuestras raíces.

Este 2025, esa mirada altiva volvió a la carga. Primero fue el diputado Miguel Ángel Pichetto, que en abril se despachó contra “esa música del norte” como si el norte no fuera Argentina, y trató al charango como un intruso. Su frase, que huele a naftalina centralista y a prejuicio sin leer ni una partitura, despertó el repudio de músicos como Kike Teruel, el Chaqueño Palavecino y Juan Falú, por nombrar solo a algunos de los que le salieron al cruce. Porque el norte también canta. Y cuando canta, dice verdades.

"Me avergüenza"

Ahora fue el turno de Roberto Pettinato, un hombre que alguna vez tocó el saxo con Sumo y que hoy se pasea por el streaming con la soberbia de quien cree que su ombligo es el centro del universo. En su programa, declaró sin pudor: “el folclore me avergüenza”. Y fue más allá, comparó escucharlo como recibir “el abrazo de una madre desnuda”. Grotesco, desubicado y, por sobre todo, revelador.

¿Revelador por qué? Porque expone una incomodidad profunda con lo popular, con lo auténtico, con lo que no encaja en la playlist de Spotify bajo la etiqueta "cool". Porque si el folclore incomoda, ¿qué se está rechazando en realidad? ¿La música? ¿O al pueblo que la canta?

 

Pettinato se jacta de haber tenido charlas con “cumbiancheros” –como los llamó- y músicos populares “para entender qué carajo pasa”, pero con el folclore ni lo intenta. “Todas las divisiones del folclore me avergüenzan”, dijo, como si fuera una mancha de origen. La pregunta es: ¿Qué parte de su identidad está rechazando cuando se burla del “charanguito” o del “bombito”?

En el fondo, lo que duele no es solo el desprecio hacia un género musical. Lo que duele es el desprecio hacia un país real y profundo, que no cabe en Palermo ni en la ironía con filtro europeo. Porque el folclore no es solo música, es sobretodo historia, es tierra y es comunidad. Es una forma de nombrar el amor, el dolor y la resistencia. Es Mercedes Sosa cantando “Solo le pido a Dios”; es el bombo de los copleros en Jujuy; es el violín que llora en Santiago del Estero. Es la raíz que muchos cortan por “vergüenza”.

Cuando Pichetto desprecia el charango y Pettinato se mofa del bombo, lo que hacen no es solo develar su ignorancia cultural. Es una forma de clasismo disfrazado de opinión. Es mirar al interior como algo menor, como una postal vieja o como una obligación turística. Es reírse de lo que no se entiende porque no se siente. Porque nunca se escuchó desde el corazón.

No se trata de que todos tengan que amar el folclore. Se trata de respetar. De entender que una patria no se construye desde el desprecio. Y que si hay algo que debería dar vergüenza, no es un carnavalito en Tilcara ni una copla en Cachi o Molinos. Es no tener idea de dónde venimos y creer que eso es motivo de orgullo.

Porque si algo nos sostiene como país en medio de lo que parece un desastre es esa cultura popular que canta aunque falte el pan. Y si esa música nos avergüenza, entonces, quizás, el problema no es el folclore. El problema somos nosotros.

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