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A los dos años del brutal crimen, testigos de la época aseguran haber visto a la docente caminado por el pueblo con un delantal blanco radiante y unos libros bajo el brazo después de la medianoche.
“Algunos vecinos afirmaban que el alma de Emilia caminaba junto a ellos y luego desaparecía”, relató Miguel Ramos.
Esta situación se dio por un tiempo y los vecinos se lo informaron a la familia de la docente, que solicitó los servicios de un parapsicólogo de Tucumán.
Fue así que un buen día llegó este personaje a El Tala y recomendó enrejar la tumba. De este modo, el cura párroco de entonces, el comisario, el jefe de estación, el jefe del correo, el juez de paz y personalidades importantes de la época se dieron cita en el cementerio municipal para la colocación de unas rejas alrededor de la tumba y una cadena con candado.
“Dicen que, desde entonces, nunca más se vio deambular el alma en pena de Emilia por las calles del pueblo”, señaló Ramos.