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La caverna Puente del Diablo constituye la puerta de acceso a un mundo prehistórico, casi inexplorado, de una belleza y misterio incomparables.
Las frías y cristalinas aguas del río Calchaquí bajan furiosas desde El Acay, la montaña de hielos eternos, para marcar el camino de ingreso al interior de sus galerías, en cuyas paredes se puede apreciar una infinita combinación de colores y texturas.
Durante miles de años el agua se encargó de esculpir en sus paredes internas figuras y rostros humanos, demonios y seres mitológicos, que no hacen más que justificar las antiguas leyendas que afirman que en el lugar vive el Diablo.
Las garras de “Mandinga”
Enormes colmillos, garras y hasta el rostro de “Mandinga”, son el resultado de las caprichosas siluetas de las estalactitas que brotan de a miles desde los techos de sus galerías como una señal de advertencia, antes de penetrar en sus venas más profundas y angostas de la caverna, donde sólo reina la oscuridad.
La experiencia de transitar, al menos por unas horas, por una de las formaciones más atractivas y enigmáticas del planeta resulta un desafío irresistible para quienes buscan vivir sensaciones diferentes, excéntricas y hasta casi mística.
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