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Sin fallo, la Corte garantiza un tercer mandato de Alperovich

Sabado, 02 de julio de 2011 19:21
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Sin pronunciarse, existe la certeza de que la Corte Suprema validará el tercer mandato consecutivo de José Alperovich, cuestionado por inconstitucional.

El propio presidente, Antonio Estofán, como el vocal recién incorporado Daniel Posse reconocieron públicamente que el cuerpo no tendrá tiempo para abordar la re-reelección. Por lo tanto, al convertirse en cuestión abstracta -que es lo que buscaba desesperadamente el tribunal como también el Gobierno- “el César” vadeará la sentencia no dictada y quedará ungido por cuatro años más.

Unico tucumano -y más nadie-que gozará de esa prebenda ilegítima, por una norma transitoria que ancló en la Constitución en beneficio propio, en contradicción con otro artículo del plexo permanente que fija sólo dos períodos para el gobernador.

Son cosas que ocurren en el planeta Alperovich.

Por la pusilanimidad y el pánico de los jueces, más las chicanas sin fin, se dejó avanzar el tiempo para no comprometerse con una definición de denso contenido político.

Sin emitir su voto, los togados creen quedar tranquilos con su conciencia, a sabiendas de que dejan perpetuarse a un régimen hegemónico del que ellos mismos son víctimas.

Alperovich no acató el fallo judicial que le obliga a formar, con nueva integración, una junta electoral distinta a la vigente hasta 2006, objetada por su predominio político.

La Corte Suprema, a pesar del desistimiento del recurso de casación interpuesto por el PE, no dictó la resolución volviendo a su origen el expediente, para que el fallo quede firme. Por tal motivo, el Movimiento Popular Tres Banderas (MP3) se ve impedido de plantear la ejecución de sentencia.

Con su demora ex profeso, el tribunal favorece la estrategia dilatoria del Jefe.

En una movida similar a la de la Presidenta, José Alperovich, a su manera, marginó al clásico peronismo de Perón de las listas parlamentarias.

Los dejó “con la ñata contra el vidrio”, como diría Discepolín, mirando el poder desde lejos.

No hay tragedia mayor para los muchachos peronistas. Como casi todos los caudillos de provincia, no fue la excepción.

El también pasó por el santuario de la Casa Rosada, con sucursal en Olivos, en rogativa de óleos del cristinismo para el harén de favoritos que enviará al Congreso de la Nación.

Tiene sus favoritos.

Entre ellos, dos pertenecen a su comunidad.

Por esas -­oh!- casualidades, con ambos tiene ataduras colaterales de sangre. Son sus primos: Benjamín Bromberg y Beatriz Mirkin; él, presentante de Tucumán en Buenos Aires; ella, ministro de Desarrollo Social, en cuyas lealtades confía ciegamente.

De un empujón nada diplomático, sacó de la cancha a Gerónimo Vargas Aignasse, uno de los voceros K que peregrinaba por los canales de televisión defendiendo lo indefendible.

De nada le sirvió. Quedó en la calle y ahora debe remar por una banca provincial.

Va de suyo, ser pariente del gobernador no es un impedimento para hacer sordina. A ninguno de los dos se le reconoce militancia y, además, en una dura calificación se habla de que estuvieron borrados en la larga noche de la dictadura militar.

Alperovich nunca lució la camiseta de Perón, sino ya maduro por un negocio político -no bien comentado- con su antecesor, el sindicalista Julio Miranda, a quien le debe todo: la senaduría nacional, primero, y la Casa de Gobierno, en 2003. Es un típico personaje -como tantos- que se exhiben como primeros afiliados de última hora, con el estigma del transfuguismo.

La distancia del peronismo no es de ahora. La inauguró cuando se calzó la banda y despotricó contra su padrino, de cuerpo presente en el acto. Después, profundizó la fisura hasta sentar en la presidencia del PJ a su propia esposa, Betty Rojkés, a la que convirtió en senadora nacional, sin mérito alguno.

Lo que ahora hizo está en línea con su nepotismo: los parientes antes que nadie.

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