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El pasado 1º de octubre, en estudiada coincidencia con la conmemoración del 63§ aniversario del triunfo de la revolución encabezada por Mao Tse Tung, la cúpula del Partido Comunista Chino informó que el 8 de noviembre tendrá lugar en Beijing su XVIII Congreso Nacional, en el que será elegido el próximo presidente de la República y se renovarán las autoridades partidarias.
Esa semana se renueva toda la cúpula del G-2, que es la instancia informal de decisión más importante de la política mundial, configurada por Estados Unidos y China. Porque, con cuarenta y ocho horas de diferencia, los dos países nominan a sus futuros jefes de Estado. El 6 de noviembre los estadounidenses elegirán su nuevo presidente. Enseguida, lo harán los chinos.
En ambos casos, se apelará a la elección indirecta. En Estados Unidos, los votantes de sus cincuenta estados definen la conformación del Colegio Electoral. En China, dos días después, el XVIII Congreso del Partido Comunista, cuyos 2.120 delegados surgen por un sistema escalonado mediante la elección a través de las distintas organizaciones de base, que tiene lugar primero en sus decenas de miles aldeas rurales y en sus millares de ciudades y luego en sus 35 provincias y en sus tres regiones y dos ciudades autónomas, ungirán al actual vicepresidente, Xi Jinping, como sucesor de Hu Jintao, que completó dos mandatos de cinco años al frente de la nación más poblada del planeta.
En el particular sistema institucional chino, el Congreso Nacional del Partido Comunista, que se realiza cada quinquenio, es la suprema instancia de decisión política. Hu Jintao fue elegido en 2002 y reelegido en 2007. Su antecesor, Jiang Zemin, también cumplió dos períodos consecutivos y fue electo en los congresos celebrados en 1992 y 1997.
Esos 2.270 delegados (cincuenta más que en el congreso anterior) representan a los 82 millones de afiliados al mayor partido político del mundo. Su elección tuvo lugar desde diciembre de 2011 hasta junio de este año. En cada lugar, el proceso electoral incluyó cinco etapas: la nominación de los candidatos, la revisión de sus calificaciones por los respectivos órganos partidarios, la notificación pública de los candidatos a la totalidad de los afiliados del distrito electoral correspondiente, la preparación de la lista definitiva de postulantes y la votación final.
Según Deng Shengming, vocero del poderoso Departamento de Organización del Comité Central partidario, alrededor del 98% de los afiliados participó de este complejo proceso electoral.
Un largo camino
La comparación entre este congreso y el primero de la organización, que tuvo lugar en Shangai en julio de 1921, marca las gigantescas proporciones de una epopeya política. En esa ocasión, doce delegados, en representación de 53 militantes, que navegaban en una barca de recreo para huir de la persecución policial, eligieron al primer Comité Central partidario.
Desde aquel entonces la frecuencia en las reuniones del Congreso, máxima instancia de decisión, fue notoriamente irregular. Sesionó nuevamente en 1922, 1923, 1925, 1927 y 1928, fecha en que emergió el liderazgo de Mao. Ingresó después en un prolongado letargo. El Séptimo Congreso (el primero con los comunistas en el poder) tuvo lugar recién en 1956. Sólo a partir del Octavo Congreso, que determinó el encumbramiento de Deng Xiaoping como segundo de Mao, se normalizó el funcionamiento estatutario de la estructura partidaria. El congreso volvió a sesionar en 1977, después de la muerte de Mao, y luego lo hizo sistemáticamente cada cinco años.
Estas variaciones cronológicas ilustran acerca de una dimensión a menudo subestimada de los cambios registrados con el ascenso de Deng: la política de reformas económicas y de apertura internacional estuvo acompañada por un salto cualitativo en el funcionamiento interno del Partido Comunista, que es la principal institución política de China.
La etapa de Deng constituyó una transición entre el liderazgo unipersonal de Mao y la institucionalización de una verdadera conducción colegiada, mucho más previsible, en la que aumentó el poder del Politburó de 25 miembros y en especial de su Mesa Ejecutiva, con nueve integrantes. Jiam Zemin y Hu Jintao inauguraron un mecanismo de rotación en la cúpula del poder que se prolonga ahora con Xi Jinping.
Un dato central del congreso del 8 de noviembre es que no sólo se formalizará la designación de Xi Jinping como Jefe de Estado, sino que, por razones de edad, se renovarán siete de los nueve miembros de la Mesa Ejecutiva del Politburó. Este relevo generó una fuerte puja intestina, en la que sobresalió la estrepitosa caída de Bo Xilai, una de las estrellas más brillantes del firmamento partidario, y luego la silenciosa defenestración de Ling Hihua, mano derecha de Hu Jintao.
Más que la titularidad del gobierno emerge una nueva camada dirigente, perteneciente a la denominada “quinta generación”. Las dos primeras, cuyas máximas expresiones fueron Mao y Deng, fueron las “generaciones fundadoras”, la tercera fue la de Jiang Zemin y la cuarta, hoy en retirada, la de Hu Jintao.
Chino básico
Para descifrar el enigma chino más que entender al comunismo es necesario comprender a su Partido Comunista, consagrado constitucionalmente como una “clase dirigente” que conserva un hondo arraigo social. Con Mao, el Partido fue ante todo la expresión de la lucha nacional contra la intromisión extranjera, tanto occidental como japonesa. A partir de Deng, pasó a ser el protagonista de la transformación económica y social más extraordinaria de la historia universal, que en apenas tres décadas rescató de la pobreza a centenares de millones de personas y proyectó al país como segunda potencia económica mundial.
Resulta natural que un régimen capaz de semejantes resultados conserve el apoyo de la gran mayoría de la población. Las demandas de democratización en China no están centradas en las ideas occidentales del pluripartidismo y de la alternancia en el gobierno, sino en el establecimiento de un Estado de Derecho, particularmente en el respeto a la libertad de expresión, la plena vigencia de las garantías individuales y la fortaleza e independencia del Poder Judicial.
Todo indica que la “quinta generación” tendrá a su cargo el comienzo de un delicado proceso de reforma política, con un “gradualismo” similar al empleado por Deng en la década del 80 para iniciar las reformas económicas. En cualquier circunstancia, los comunistas chinos tienen un límite infranqueable para todas sus iniciativas reformistas: la preservación de la gobernabilidad en un país de 1.350 millones de habitantes. Y, en su visión de las cosas, la gobernabilidad de China es sinónimo del mantenimiento de la hegemonía política del Partido.
En vida de Mao, el geopolítico estadounidense George Kennan afirmó que “en Asia todo es distinto, también el comunismo”. Deng Siao Ping demostró que esa sentencia de Kennan era también aplicable a los rasgos singulares del capitalismo chino. Es probable que en el futuro haya que recordar ese mismo axioma para comprender aquello que en Beijing ya definen como “una democracia con caracteres chinos”, en la que siempre será engañoso la comparación entre los sistemas de elección de los gobernantes en China y en Estados Unidos. El G-2 será siempre políticamente asimétrico.