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La clara victoria electoral de Chávez en las terceras elecciones presidenciales deja muchas incógnitas sobre el futuro político del país, pero también algunas certezas. Ha quedado claro que la mayoría de los venezolanos sigue siendo chavista, pese a los graves problemas del país que el propio Presidente llegó a reconocer en esta campaña electoral.
Comparado con las comicios presidenciales de 2006, la oposición unida ha subido siete puntos en las preferencias electorales, pero con un 44% de los votos todavía no representa un cambio político. Ni la figura del joven y dinámico Henrique Capriles Radonski aupado por una oposición unida, ni su programa electoral que tendió una mano al chavismo han logrado romper con el oficialismo. De las 14 elecciones celebradas desde 1999, salvo una, los venezolanos legitimaron al chavismo.
En cuanto a las incógnitas, en primer lugar está la salud del Presidente y su capacidad de resistir otros seis años el frenético ritmo de diálogo directo entre líder y pueblo, lo que le ha garantizado la dosis de popularidad necesaria para llevar a cabo su Revolución Bolivariana camino al socialismo.
El Presidente ya está construyendo su propio mito. Durante la campaña dijo “cuando yo me vaya físicamente me quedaré con ustedes por estas calles y bajo este cielo. Me siento encarnado en el pueblo”. Sin duda, puede haber chavismo sin Chávez, pero ¿por cuánto tiempo y a qué precio? A diferencia de su ídolo Fidel Castro, Chávez no ha nombrado ningún sucesor y si no lo hace en esta legislatura es altamente probable que el chavismo se fragmente.
La segunda incógnita son los numerosos problemas del país. Entre ellos destaca la violencia. Las cifras son peores que en Siria. Venezuela está batiendo récords en tasas de homicidios, robos y secuestros. Con una impunidad del 90%, el país registró en 2011 casi 20.000 muertes violentas (53 por día) y un millón de robos al año.
La delincuencia se mezcla con la violencia política que refleja un país dividido y polarizado. Pese a la preocupante situación, la seguridad pública no es una prioridad del Presidente. Su programa para el próximo sexenio prevé crear una Patria Socialista, radicalizar la democracia participativa y convertir a Venezuela en un país potencia en lo social, económico y político.
Para esto último, habría que contar con una base económica más sólida. Una tasa de inflación del 30%, una excesiva dependencia de las importaciones de alimentos y un Estado poco eficaz socavan los logros sociales del chavismo y plantean serias dudas sobre el proyecto del Presidente.
Venezuela es un excelente ejemplo para la “maldición de los recursos”, incluyendo altos niveles de corrupción, despilfarro sin control y bajas tasas de producción de petróleo por ineficacia y falta de inversiones en PDVSA que financia la Revolución Bolivariana. Nada en el programa indica un cambio de modelo.
El cambio de la oposición
En principio, la Mesa de Unidad Democrática (MUD) que representa a los partidos de oposición envía un mensaje más conciliador que refleja su propio proceso de reflexión tras el fracaso del modelo de democracia elitista anterior al chavismo. Si llegara a ganar la oposición en éste o el próximo sexenio, promete respetar la Constitución de 1999 y los Consejos comunales.
Lo que más necesita Venezuela para prosperar es consenso, diálogo y reconciliación, pero parece que ninguno de los dos bloques puede o quiere ofrecer este bien que garantizaría un desenlace no traumático del actual conflicto político.