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El tenis le hizo mal a Oyarbide

Sabado, 15 de diciembre de 2012 20:26
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“Pronto las cámaras los ubicaron y los mostraron en las pantallas gigantes. Y comenzó la risa”.

El tenis no es de esos deportes en los que el entusiasmo del público se desmadra, como lo es el fútbol, por ejemplo, y pierde la línea. Carece de barras bravas y se podría decir, casi sin margen de error, que el ambiente del tenis es circunspecto. Una monada, vea.

De vez en cuando, o de cuando en vez, algún suceso extraordinario, como puede ser la disputa de la Davis, agita el clima de las tribunas; pero el vaso no rebasa.

Podría ser que en los últimos años, al compás del candombe social que mueve al país, el mundillo del tenis haya adoptado algunos pocos rasgos que no le eran propios, pero nunca de los jamases pasó de ahí. Existía el convencimiento que sólo un fuerte desbarajuste sísmico sería capaz de sacarlo del molde de los buenos modales, lo que se estimaba improbable. Pero resulta que el sacudón sísmico llegó y los amables usos de las tribunas del tenis se perdieron en un tsunami de pullas y carcajadas.

El fenómeno sucedió en oportunidad de jugarse el partido exhibición entre el suizo Roger Federer y nuestro Juan Martín del Potro, en el Pipa Tigre Estadio.

Hasta allí llegó el extravagante, y en ocasiones ridículo, pero siempre en contramano, juez federal Norberto Oyarbide, el preferido de la Casa Rosada, y protagonista que fuera de un curioso y escandaloso episodio en Spartacus, prostíbulo masculino. Y de otras aventuras.

Llegó al mencionado estadio el juez Oyabirde, elegantísmo en su traje de de corte clásico, acompañado por su novio (¿pareja se dice ahora?), y ambos se ubicaron en el sector vip, lugar donde se podía comer sushi y beber champagne.

Pronto las cámaras los ubicaron y los mostraron en las pantallas gigantes. Y comenzó la risa entre los veinte mil espectadores. Le decían de todo al juez, especialmente cositas como “oyarbide botón, sos esto y lo otro”.

Ya se sabe. Federer tenía a su cargo el primer saque, cuando de la tribuna se escuchó esta advertencia: --­Ojo! Roger, Oyarbide te está mirando!

Del Potro, que escuchó el mensaje, soltó una carcajada, y Federer tuvo que suspender el envío en espera de que a su oponente se le pasase el ataque de hilaridad.

Oyarbide y su novio (¿pareja se dice?) no se daban por aludidos. Se hacían los desatendidos, tanto que cuando todos a su alrededor se incorporaron para cantar el himno nacional, ellos permanecieron sentados, tratando de pasar desapercibidos, pero no lo consiguieron.

Minutos después, el favorecido por la fortuna en los sorteos oficiales, y dueño de un anillo de precio inalcanzable para un magistrado común y corriente, y su enamorado, se sintieron obligados a poner patitas en polvorosa. Las tribunas recobraron la calma y la compostura, y el juego continuó sin otro sobresalto digno de mención.

Ah! Cuando salía del estadio, en compañía de su novio, la novia casi recibe un botellazo, agresión inusual en el tenis.

¿Fue orsai o error de cálculo el de Oyarbide? Viene a ser casi lo mismo.

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