inicia sesión o regístrate.
La primera mandataria brasileña, Dilma Roussef, y la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, inauguraron en Brasilia el primer encuentro de la Alianza para Gobiernos Abiertos, una organización creada en 2010 por iniciativa del presidente Barack Obama, cuya titularidad comparten Estados Unidos y Brasil, que cuenta ya con 55 países adheridos.
El propósito de esta entente es promover la asunción por parte de los estados miembros de compromisos orientados a hacer más transparentes los actos de gobierno, facilitar el acceso a la información pública y abrir la participación ciudadana en la discusión de las políticas nacionales.
Los autores de la iniciativa afirman que esos presupuestos son los requisitos institucionales necesarios para librar la batalla contra la corrupción. Clinton sostuvo que “en el siglo XXI, Estados Unidos está convencido de que una división significativa entre las naciones no será si son del Norte o del Sur, del Este o el Oeste, sino si tienen un gobierno abierto o cerrado”.
Pero lo más significativo de la alocución de la secretaria de Estado fue su firme respaldo a la mandataria brasileña: “No hay un socio mejor que Brasil para iniciar este esfuerzo, y en particular la presidenta Rousseff, cuyo compromiso con la transparencia, la apertura y la lucha contra la corrupción está estableciendo un patrón mundial”.
Rousseff recordó que Brasil creó en el 2005 el “Portal Transparencia”, en el que el gobierno federal publica diariamente cada gasto realizado por la administración pública. Subrayó que su gobierno mantiene una política de transparencia administrativa que permite una permanente rendición de cuentas, la participación social y el monitoreo sistemático de las políticas públicas, para asegurar una gestión de calidad.
Mejor que decir es hacer...
Rousseff tiene cómo sostener sus palabras con hechos. En sus primeros quince meses de gobierno ya se desprendió de una decena de ministros sospechados de actos de corrupción. No se solidariza con los funcionarios acusados ni tampoco ataca a los medios de comunicación social que son vehículos de esas denuncias.
Pero una renovada oleada de acusaciones periodísticas sobre hechos de corrupción afecta ahora también seriamente al Parlamento brasileño y lesiona tanto al oficialismo como a la oposición. Una investigación policial, revelada por los medios periodísticos, consigna que solo en el lapso 2010-2011, Carlos Ramos, conocido como ”Carlinhos Cachoeira”, considerado como uno de los máximos capitalistas del juego clandestino (“bicheiro”), preso en una cárcel de máxima seguridad del estado de Río Grande do Norte, habría blanqueado unos 21 millones de dólares a través de una empresa constructora beneficiaria de contratos irregulares con el Estado.
El informe verificó que “Cachoeira” cultivaba estrechas relaciones con el gobernador de Brasilia, Agnelo Quiroz, del oficialista Partido de los Trabajadores (PT), con su par de Goias, Marcelo Perillo, del opositor Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB), y con el senador Demóstenes Torres, presidente del Partido Demócrata (PD), principal expresión de la derecha brasileña y uno de los principales denunciantes de los actos de corrupción registrados durante los gobiernos de Lula y Rousseff.
Marco Maia, titular de la Cámara de Diputados, señaló que la trama de sobornos tejida por “Cachoeira” mostraba la existencia de un “Estado dentro del Estado”. La dimensión del escándalo no solo obligó a Torres a renunciar a la titularidad del Partido Demócrata, sino que llevó a muchos de sus correligionarios a plantearse la alternativa de disolver la agrupación, envuelta en el desprestigio, para engrosar las filas del PSDB.
La constitución de una Comisión Parlamentaria Investigadora (CPI) para el esclarecimiento de los hechos amenaza convertirse en una caja de Pandora de la política brasileña.
La clave de la productividad
El estallido del “caso Cachoeira” coincide con un momento en que Brasil se ve obligado a replantearse algunos supuestos básicos de su estrategia económica. La tasa de crecimiento del 2011 fue del 2,7% (contra un 7,5% de 2010). Las previsiones para este año no son mejores. Si bien el país entró a jugar en las ”grandes ligas” de la economía mundial, su ritmo de expansión está muy por debajo de China e India, e incluso de la mayoría de sus vecinos sudamericanos.
El vínculo estructural con China, que promovió un formidable superávit en la balanza comercial, estuvo acompañado por un drástico descenso de las exportaciones industriales. En 2001 eran el 58% del total y el año pasado descendieron al 38%. En cambio, las ventas externas de productos primarios, en particular soja y mineral de hierro, que en 2001 representaban el 22% de las exportaciones, son actualmente cerca del 50% del total.
La convergencia entre el superávit comercial y el fenomenal ingreso de capitales extranjeros provocó una lluvia de dólares. La consecuencia fue una impresionante revalorización del real. La cotización de la moneda brasileña en relación al dólar aumentó un 119% entre 2004 y 2011. Esta modificación en el tipo de cambio dificultó las exportaciones industriales y promovió la importación de productos manufacturados.
El toro por las astas
Ante las críticas por la “reprimarización” de la economía, el gobierno tenía dos opciones. La primera alternativa era aplicar la solución tradicional de la devaluación del real como herramienta para la recuperación de competitividad externa. La otra opción, escogida por Rousseff, es impulsar un “shock de productividad”, de carácter sistémico, mediante un conjunto de medidas destinadas a la reducción del llamado “costo Brasil”.
Entre los factores económicos de ese “costo Brasil” sobresalen el costo del capital (con una tasa de interés del 12% anual, tres veces mayor que la de China), una presión impositiva del 38% del producto bruto interno, que equivale a dos veces y media a la del gigante asiático, y una muy baja tasa de inversión, que orilla apenas el 19% del PBI, contra el 40% de la segunda potencia económica mundial.
Pero en el tamaño del gasto público, erigido en otra severa limitación estructural al incremento de la productividad, la cuestión de la corrupción ocupa un lugar significativo. Rousseff y un sector clave del empresariado, en especial las grandes compañías trasnacionales brasileñas, que aspiran a cumplir un rol relevante en la economía global, han establecido una sólida alianza, que cuenta con el respaldo de los medios periodísticos, para derrotar a la clásica coalición entre el empresariado prebendario y la “clase política” tradicional.
El protagonismo de Rousseff junto a Obama en la gestación de la Alianza para Gobiernos Abiertos no es entonces solo un gesto “for export”, sino parte de una estrategia orientada al necesario reposicionamiento de la economía brasileña en el escenario mundial. No en vano, en la misma visita a Brasilia, Clinton abrió también las puertas para la negociación de un tratado bilateral de libre comercio entre Brasil y Estados Unidos.