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Cuando la lengua incomoda...

Lunes, 14 de mayo de 2012 22:34
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Hablar es una actividad de la cual nadie puede renegar. ¿Quién de nosotros podría arrogarse la afirmación de que jamás pronunció palabra? Hasta los mismos cartujos -monjes de clausura completa y de silencio total- creo que no podrían negar que hayan practicado, al menos una vez, algún tipo de comunicación. En efecto, ellos formulan un voto de silencio, juntamente con los de obediencia, castidad y pobreza. Sin embargo, al buscar en internet la palabra “cartujo”, encontramos que ellos usan la red para comunicarse a distancia(?).

La comunicación es esencial en la vida. No se concibe un ser humano que viva en la absoluta soledad, únicamente relacionado consigo mismo. Aun los anacoretas que, en la antigedad, estaban radicados en el desierto más cruel y alejado, se comunicaban en forma permanente con su Creador.

La lengua es el instrumento mediante el cual podemos interactuar entre nosotros (hablar).

La difícil comunicación

Si comunicarse es el modo de convivir (“vivir con”) en sociedad, cae de maduro que esa convivencia debe ser armónica y positiva; sin embargo, también implica que la perfección, en dicho ámbito, es imposible de lograr.

Desde el momento en que somos individualidades y personalidades diferentes, nunca uniformes ni totalmente coincidentes, cabe concluir que la convivencia tendrá sus aristas positivas, pero asimismo muchas negativas y perfeccionables. Esto conducirá a que no siempre exista comunicación (que significa “poner algo en común entre dos personas”), sino que divergencias, a veces insalvables, desemboquen en querellas y hasta en tragedias.

Las desinteligencias

Por algo dice la gente que el matrimonio es una lotería. Pero aun en el caso en que una pareja, en tal sentido, haya ganado la grande, no dejará de tener chispazos comunicativos. En realidad, esa es la sal de la vida, no solo matrimonial, sino de cualquier tipo de relación humana. Por el contrario: muchas veces esos desencuentros ayudan a reencontrarse de un modo más positivo, reafirmando el amor.

Entonces, la comunicación no es perfección, pero ayuda a limar asperezas y mejorar la relación.

¿Tendrá algo que ver la lengua con este proceso, de tal modo que ayude a unir a las personas y a darles oportunidad de un reencuentro? Claro que sí. Tiene todos los elementos disponibles para que la interacción entre los interlocutores sea positiva.

Si bien, al hablar, las personas que no ven el lado positivo de la vida indisponen, de entrada y por tal actitud, a las que se comunican con ellas, no todo su discurso les caerá mal, dado que estas tendrán la tolerancia necesaria como para filtrar lo negativo y aprovechar lo positivo.

Las reglas de cortesía

Todos los hablantes disponemos de palabras, gestos, entonación, posturas corporales y otros recursos lingísticos y no lingísticos que colaboran para que la interacción comunicativa no sea traumática sino, por el contrario, conduzca a un buen entendimiento y a una relación madura.

Salvo que haya una intención aviesa (esto se da cuando ambos comunicantes se convierten en contendientes, puesto que los separa un abismo insalvable), el hablante -con los recursos mencionados- procura suavizar al máximo las diferencias que pueden erigirse entre ellos, para arribar a una “puesta en común” exitosa.

Los diminutivos, por ejemplo (tal como lo dije alguna vez) están a flor de labios para salir en el momento preciso y minimizar alguna desinteligencia o malentendido.

Por otra parte, la entonación que el hablante bienintencionado dará a sus palabras, ayudada por su postura corporal y por la sonrisa que, con toda seguridad, exhibirá en sus labios, permitirá que el acto comunicativo logre su objetivo acabadamente y que la relación entre los hablantes se consolide.

Siempre, invariablemente, uno de los dos interlocutores deberá deponer sus intereses (o parte de ellos) con el fin de lograr el éxito en su diálogo. O bien, los dos pondrán todo de su parte para cimentar una relación que a ambos congratule, que sea positiva y conveniente.

Conclusión

Esto es un secreto a voces. A nadie causa sorpresa ni inquietud lo que hoy afirmo. Todos sabemos manejar nuestras relaciones. A ninguno le interesaría que estas fracasen y que lo dejen aislados de sus semejantes.

Por eso, quizá el noventa por ciento de nosotros cultivará, con mucho cuidado, las mejores formas de hablar con los demás, de modo que la vida, a pesar de todos los bemoles que la envuelven, sea agradable, amigable y digna de ser vivida.

Si apelamos a nuestra experiencia diaria, nos daremos cuenta de que, luego de una comunicación frustrada, nos sentimos también frustrados y buscamos recuperarla. Lo contrario nos conduce, indefectiblemente, a una creciente espiral de violencia: chistes, ironías, malas palabras, insultos, golpes, irrespeto... en fin, incomunicación.

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