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Y la nota emotiva del desfile en Rosario de Lerma la dio, sin duda alguna, el paso con la frente al sol de cada alumno y profesor del colegio de El Alfarcito, creado por el santo de la Quebrada del Toro, el ya legendario padre Chifri. “Nos une el anhelo de hacer el bien”, rezaba la tela que portaban estos chicos que vivieron la tragedia de perder a su protector en noviembre pasado, y se fortalecen andando el camino que les dejó trazado.
Chifri también pasó. Las gargantas se cerraron de emoción y llovieron lágrimas sobre la avenida Cecilio Rodríguez al ver, en un trailer, el cuatriciclo de Chifri, al que llamaba “la burra roja”, cubierto con su poncho, su sombrero y la bandera.
Tal vez Chifri sea una herida que nunca cicatrice. Nadie como él contagió solidaridad y cosechó voluntades para abrazar iniciativas misioneras, para llevar adelante un ilimitado plan de oportunidades para los olvidados de siempre: los silenciosos y solitarios habitantes de los cerros. El Mollar, El Gólgota, Gobernador Solá, El Alfarcito, Santa Rosa, Las Cuevas, Pascha, Potrero de Uriburu, San Bernardo de las Zorras, El Rosal, Potrero de Chañi, Finca El Toro, Palomar, El Cruce, El Manzano, Cerro Negro del Tirao, Cerro Negro de Tejada y Las Mesadas, siguen llorando al ángel que los rescató de la indiferencia.
“Buscamos alentar el desarrollo de esta región, para que su gente pueda descubrir en su tierra una opción sostenible para el arraigo definitivo”. Chifri fue una aurora, un despertar, un patriota, un árbol car gado de frutos.