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Jorge Drexler entregó su habitual calidez y sutileza

Domingo, 27 de mayo de 2012 21:13
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Hay cantautores que no necesitan romper el hielo con el público porque su sola presencia irradia una calidez y una sencillez que llega a cada persona como un gran abrazo, que contiene y emociona. Jorge Drexler es, sin dudas, uno de ellos. El viernes pasado el músico uruguayo presentó su show “Mundo abisal” en el Teatro Provincial, y como sucede con aquellos artistas que no buscan la masividad, en la sala faltó gente, pero sobraron aplausos y mucha conexión.
Por cuestiones impredecibles, ajenas al artista y la producción local, el recital comenzó una hora más tarde. El avión que traía a Drexler desde Córdoba salió con 4 horas de retraso (un inconveniente que fue aclarado por el artista al finalizar el show, al tiempo que agradeció la rapidez con la que trabajó el equipo técnico para armar el escenario), pero la espera fue recompensada con un encuentro íntimo y especialmente cálido.
A diferencia de giras anteriores en las que estuvo acompañado por una banda de músicos, esta vez el intérprete de “Todo se transforma” eligió volver a sus orígenes con “Mundo abisal”, un show más intimista y centrado en los mínimos detalles.
Pero mejor vamos por partes, porque la intensidad se sintió de principio a fin. Todavía no se habían apagado las luces de la sala cuando comenzaron a escucharse los sonidos de ese mundo al que Drexler transportó al público durante casi dos horas de inmersión. De a poco, las luces se apagaron y fueron reemplazadas por una tenue y azul iluminación que centró las miradas en una minimalista escenografía y envolvió al auditorio en el sonido de la guitarra y en la sutileza de la voz de Jorge Drexler, que salió a escena tocando los primeros acordes de “Hermana duda”. Tras mencionar al Cuchi Leguizamón, por quien siente una profunda admiración, y en un natural clima de conexión con el público, siguieron temas como “Polvo de estrellas” y “Mundo abisal”, entre otros. Luego subió a un pequeño atril, acompañado de su guitarra, se sentó en una silla e invitó a la audiencia a tomar el control del recital. “Voy a cantar canciones que no canto nunca”, dijo e inmediatamente cumplió con los pedidos del entusiasta auditorio. En la tierra del folclore, se dio el gusto de cantar la zamba “La pomeña”, de Manuel Castilla y Gustavo Leguizamón, en una emotiva interpretación. Entre aplausos y halagos, el músico correspondió a tanto cariño con un repertorio, casi en su totalidad, armado por el público. Continuó con “Aquellos tiempos”, “Guitarra y vos”, junto a Carlos Campón en theremín y tenori on (instrumentos electrónicos), “Los transeúntes”, con Matías Cella en ukelele, entre otras obras que integran su extensa discografía. Durante dos horas, el público salteño se dejó abrazar por la música, la poesía y la dulzura de un hombre convencido de que no existe arte sin emoción y que entre las tantas cosas que existen en el mundo a él solo le bastan su guitarra y su voz.
 

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