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Un video ?incendiario?

Viernes, 14 de septiembre de 2012 20:15
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En una demostración inequívoca de las características inéditas de la sociedad de la información, un video de catorce minutos de duración, sólo difundido a través Youtube y prácticamente desconocido en Estados Unidos, desencadenó una gigantesca tormenta política en todo Medio Oriente, que puede obligar a Casa Blanca a un replanteo de su estrategia en esa región.

La ofensa al Islam vertida por un ciudadano estadounidense y su posterior difusión a través de Internet por un reducido núcleo de fundamentalistas cristianos (nunca mejor aplicado el mote), en coincidencia con el aniversario de los atentados terroristas en Nueva York y Washington de septiembre de 2001, despertó una oleada de repudio que facilitó la reaparición de Al Quaeda y alcanzó su punto culminante con el asesinato del embajador norteamericano en Libia.

Los sempiternos partidarios de las teorías conspirativas de la historia tienen incluso algún derecho a sospechar que el hecho podría haber constituido una provocación para desencadenar un rapto de furia contra Washington en el mundo islámico. Pero nunca conviene subestimar el rol de la estupidez, que a veces resulta más dañina que la perfidia.

La cuestión coloca nuevamente en debate el espinoso tema de los límites legales a la libertad de expresión en la democracia norteamericana. El video, titulado “Los musulmanes no son inocentes”, donde se muestra a Mahoma como un homosexual y corruptor de menores, fue propalado por la red que lidera el reverendo Terry Jones, pastor protestante de Florida que hace exactamente un año, con motivo de conmemorarse el décimo aniversario del derrumbe de las Torres Gemelas, se hizo famoso por haber promovido el “Día de la Quema del Corán”, que enfureció a los creyentes musulmanes del mundo entero.

Historia inquietante

Hay varios antecedentes que aconsejan no subestimar las múltiples implicancias políticas de este movimiento de acción y reacción. El episodio de Salman Rushdie, el autor de los “Versos Satánicos” cuya edición provocó en 1989 su condena a muerte por un tribunal islámico iraní y la consiguiente oleada de repudio internacional contra el régimen de los ayatollah, acentuó el alejamiento entre Irán y la comunidad mundial.

El enorme escándalo internacional generado en 2005 por la publicación en un diario de Copenhague de una decena de caricaturas de Mahoma, consideradas ofensivas por sus fieles, generó virulentas reacciones contra Dinamarca en el mundo árabe, que incluyeron la ruptura de relaciones diplomáticas y hasta atentados contra ciudadanos daneses.

En aquel entonces, las autoridades danesas se negaron a tomar medidas de censura, con el argumento, que bien podría valer para Obama en esta emergencia, de que “la libertad de expresión es una condición fundamental en Dinamarca y el gobierno no tiene mecanismos para incidir sobre la prensa”.

El saldo de ese incidente, sumamente recordado en estos días por sus semejanzas con el problema suscitado por este video de la discordia, fue también un notorio ensanchamiento de la brecha cultural entre Occidente, que consideró que los musulmanes atacaban a la libertad de expresión y el mundo islámico, que estimó que los gobiernos occidentales daban piedra libre a la profanación de sus creencias religiosas.

Tensiones en el Islam

Uno de los datos sobresalientes de la “primavera árabe”, que sorprendió a la inmensa mayoría de los observadores, fue que en las miles de manifestaciones populares multitudinarias que inundaron las calles de Túnez, Egipto, Libia, Siria, Yemen y hasta de algunas monarquías petroleras, como Bahrein y Kuwait, no se quemó ni una sola bandera estadounidense, ni tampoco se escucharon consignas anti-norteamericanas, ni anti-israelíes.

Resultó harto evidente que las organizaciones vinculadas con Al Quaeda no cumplieron un papel relevante en esas grandes insurrecciones populares, que terminaron con varios regímenes autoritarios asentados durante décadas y abrieron compuertas inéditas de participación política y social.

Los procesos electorales de este año sí demostraron que los partidos políticos de honda raigambre religiosa, alentados por la Hermandad Musulmana, se erigen en las fuerzas predominantes en Túnez, Egipto y en los demás países árabes que, aunque a los tumbos, comienzan a experimentar la democracia política.

La reciente visita a Estados Unidos de una calificada delegación de empresarios egipcios puso de relieve que, lejos de generar una mayor distancia, el nuevo escenario aumenta las perspectivas de cooperación entre Washington y El Cairo.

Pero en todo el mundo árabe es visible también una abierta puja, que sacude a todas las corrientes políticas islámicas.

Los sectores más radicalizados, aún en minoría, conservan todavía una gran influencia y buscan aprovechar cualquier traspié de sus rivales para recuperar el terreno perdido.

Detrás de ambas posiciones juegan los intereses políticos de dos potencias regionales, que son islámicas pero no árabes. Irán y Turquía constituyen los dos modelos políticos en disputa. Una “república islámica” de naturaleza teocrática confronta con una “democracia islámica” que, sin abjurar de los valores religiosos, busca diferenciar la esfera religiosa del poder político, tal cual ocurrió siglos atrás con el cristianismo en Europa

El Papa en El Líbano

Quiso el azar que esta crisis coincidiera con la prevista visita del Papa Benedicto XVI a El Líbano, país con una minoría cristiano maronita que representa el 35% de la población y una mayoría musulmana de la que forma parte una activa comunidad chiíta, que constituye la base de Hezbollah, la milicia pro-iraní más importante de Oriente Medio, sindicada como responsable de los atentados en Buenos Aires contra las sedes de la embajada de Israel y de la AMIA.

La oportuna, casi providencial, presencia de Benedicto XVI en El Líbano, en medio de este panorama de enorme convulsión, ratifica la impresión de que el Vaticano es el único centro de poder de Occidente en condiciones de entablar un verdadero diálogo estratégico con la comunidad islámica.

En un escenario mundial en que el “poder blando” (softpower) prevalece cada vez más sobre el “poder duro” (hardpower), Estados Unidos no se encuentra en condiciones ni de neutralizar a los fanáticos protestantes que anida en su territorio ni de garantizar militarmente la seguridad en Medio Oriente.

En este contexto, sea con Barack Obama o con Mitt Romney en la Casa Blanca, Washington (y con el tiempo tal vez también Israel) estarán obligados a identificar en los buenos oficios de la diplomacia vaticana un papel fundamental para impulsar la convivencia pacífica en esta nueva sociedad mundial.

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