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3 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
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Fue a Roma y trajo un abrazo de Francisco

Jueves, 10 de octubre de 2013 01:38
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En el marco de un viaje de estudios por Europa de dos semanas de duración, Agustín Torino (17) asistió a una audiencia general con el papa Francisco en la plaza San Pedro de Roma, el 18 de septiembre pasado, y recibió la gracia de que el Sumo Pontífice lo bendijera, accediera a tomarse una foto con él y le recibiera un presente que el adolescente le había llevado desde Salta.

El contingente salteño tuvo la oportunidad de conocer las maravillosas ciudades de Venecia, Florencia, Capri, Asís, Nápoles, Bologna y Padua, pero sería en Roma donde Agustín iba a tener un encuentro deseado hondamente por él en su corazón, pero cuya imposibilidad de efectuarse le anunciaba su mente.

Agustín nació con mielomeningocele e hidrocefalia, pero lleva una vida activa y llena de actividades. Cursa quinto año en el Colegio Santa Teresa y está evaluando ingresar en la carrera de Psicología el próximo año. Proviene de una familia muy cristiana y tiene dos hermanos mayores.

Su acompañante

De gira por Europa salió con su enfermero Diego Arias (36), quien es su acompañante terapéutico hace cuatro años. “Cuando mi mamá lo llamó para pedirle que me acompañara a Roma, casi se larga a llorar al teléfono”, cuenta Agustín. Entonces, bien escoltado, partió al Viejo Continente para descubrir las maravillas del mundo.

Los organizadores del viaje habían buscado acceder a una audiencia privada para el grupo, pero, lamentablemente, las gestiones fracasaron.

Así, optaron por acudir a la plaza San Pedro y aguardar un milagro entre la multitud.

“Si bien la idea era estar todos juntos adelante, no nos dejaron pasar a todos, solo a mi enfermero y a mí. Yo tenía un retrato del Señor y la Virgen del Milagro para darle al Papa. Había un guardia cerca de nosotros, y cuando me miró le pregunté si se lo podía dar. Le hablé en italiano -porque tuve esa materia en noveno año y ahora volví a reforzarlo para el viaje-. Al rato volvió y se nos acercó otro guardia, que nos llamó y nos dijo que fuéramos con él. Nos ubicó en un sector exclusivo para personas en silla de ruedas y nos preguntó si lo queríamos conocer personalmente al Papa. Como es otra cultura y otro idioma, no nos entendíamos bien. ‘¿Habrá habido algún problema?’, me preguntó Diego. Yo no sabía qué decirle pero fuimos igual”, relata.

“Al lado de nosotros pasó el papamóvil y él bajó. Había una chica que se largó a llorar de inmediato, lo abrazó y le besó el anillo. Llegó hasta mí, me abrazó, me miró y me preguntó si era devoto del Señor del Milagro. Me quedé tildado, mirándolo, y después de un rato me salió el sí, pero le respondí tímidamente. Cuando me abrazó fue inexplicable, se te mueve todo”, continúa.

La presencia del Papa provoca remezones en todos los corazones, incluso entre quienes no creen que a ese hombre consagrado lo guía el Espíritu Santo y lo ven como a un jefe de Estado más. “El es humilde, simple, da gusto escucharlo hablar”, define Agustín y, aunque le cuesta poner en palabras las emociones que lo embargaron ese día en que lo tuvo al alcance de un flash, alcanza a contar: “Me desconocí totalmente. Me empezaron a surgir preguntas, pero tenía miedo de meter la pata. En ese momento tenía la mente en blanco”. Añade que transcurridos unos segundos, percibió que el Papa le había dejado algo en la mano: era un rosario. Cuando volvió con su grupo, una de sus compañeras, embargada por la emoción, quiso saber: “Contame qué te dijo el Papa”. “Pará -susurró él-. No sé ni qué me acaba de decir a mí y ya querés que te cuente”, recuerda haberle contestado.

Hoy, rodeado por la tranquilidad y el confort de su casa, Agustín reflexiona: “Uno mira a su alrededor y dice: ‘A cualquiera le puede pasar’”. Efectivamente, las estadísticas pueden ser desoídas, con este Papa del pueblo todos podemos aguardar gestos conmovedores, acciones imprevistas.
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