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Ha comenzado la transición entre el sistema de poder surgido en la Argentina a partir de 2003 y una nueva estructura de decisiones capaz de guiar al país en la segunda década del siglo XXI, con rasgos acordes a la época y a la fisionomía adquirida por la historia mundial.
La transición que ha comenzado en la Argentina significa que, a partir de ahora, la cuestión central es la orientación y el sentido de lo que viene, en su doble dimensión nacional e internacional. Y esto ocurre en el país tal como es, y en lo que los argentinos somos, con el punto de partida de las características de su sistema político tal como ha sido construido por la historia, con sus particularidades, fortalezas y extremas debilidades.
La Argentina es un país con alto nivel de participación y movilización social y política –uno de los más elevados del mundo–, dotado de una historia intensa de luchas y conflictos, recorrida desde mediados del siglo XIX por una serie sucesiva de revoluciones sociales (la primera de las cuales fue la inmigración europea); y que tiene, como consecuencia, con carácter inverso, un bajo nivel de institucionalidad.
Es un país de instituciones débiles, con tendencia a la acción directa por parte de todos los sectores sociales, donde el poder político, que es escaso en relación a la capacidad de movilización de la sociedad, está concentrado en la autoridad nacional, que tiende a adquirir por necesidad un carácter hegemónico.
Por eso una estrategia de crecimiento económico sostenido es en la Argentina del siglo XXI inseparable de una política deliberada de inserción internacional, destinada a colocar al país en los espacios y mercados en los que pueda desplegar sus extraordinarias ventajas competitivas como productor mundial de alimentos.
Esta es una etapa de ascenso histórico del capitalismo, y no hay estrategia económica efectiva fuera de un determinado contexto internacional. Ha ocurrido al mismo tiempo un giro espacial y una nueva revolución tecnológica, con el traslado del eje de la acumulación a los países emergentes y la aparición en EE.UU de una nueva revolución de la técnica más allá de Internet (cloud computing), de mayor poder y consecuencias económicas que las del ’80 y el ’90.
En este nuevo cuadro mundial, el desarrollo económico, ante todo de los países de América del Sur, consiste en el aumento de la productividad y del ingreso per cápita por encima de los niveles del país-frontera del sistema, que es EE.UU.
El mundo emergente crece el doble y el triple que los países avanzados, y converge en productividad e ingreso per cápita (catch-up), dentro de la frontera tecnológica establecida por EE.UU. Entre 1990 y 2000, los países emergentes y en desarrollo que crecieron más rápido que EE.UU, fueron 35 sobre 111 (32%), y en los últimos 10 años aumentaron a 99 sobre 111 (75%).
Para la Argentina, la estrategia de desarrollo económico que le permite desplegar todo su potencial productivo tiene un triple signo: ante todo, acentuar su especialización agroalimentaria como uno de los grandes productores mundiales de alimentos; luego, y en el mismo movimiento, reconvertir su industria para tornarla globalmente competitiva, para lo cual la inversión de las empresas transnacionales es el factor estratégico decisivo. Por último, profundizar el aspecto intelectual del desarrollo económico a través de la calificación sistemática del capital humano.
En esta nueva etapa del desarrollo capitalista lo fundamental es el papel del Estado, a través de su visión estratégica. En este sentido, el aspecto central de una estrategia de desarrollo en el mundo de hoy es la capacidad de atracción de la inversión extranjera directa de las empresas transnacionales.
El papel estratégico del Estado no es administrativo, ni de intervención económica, sino que se basa en la comprensión de las tendencias centrales de la época, ante todo las que establecen su dinamismo tecnológico, como fundamento de su capacidad de previsión de largo plazo.
Hoy, el poder político del Estado se funda en la fortaleza –y en la clarividencia- de su visión estratégica, por definición de alcance global.
Lo que ocurre en el mundo actual es que el cambio tecnológico ininterrumpido, que es el sustento de la revolución del procesamiento de la información, revaloriza cada vez más los recursos naturales.
Por eso, han mejorado estructuralmente las posibilidades de crecimiento para la Argentina, cuya dotación de recursos es auténticamente privilegiada. El paso de las ventajas comparativas a las competitivas es el propio de una economía que cambia en forma permanente y a gran velocidad, y donde, por definición, la competencia se exacerba, porque la característica de la globalización es la apertura generalizada de los mercados y la multiplicación de los actores que compiten en ellos.
Una regla central de la globalización es que las ventajas competitivas se logran en la medida en que las ventajas comparativas se especializan; y en las condiciones de la economía mundial del siglo XXI sólo se puede sostener la especialización si la pujanza de éstas atraen una masa de inversiones extranjeras capaz de diversificar la economía e impulsar la industria, ante todo la manufacturera.
Para la Argentina, esto significa que la especialización y la diversificación de su economía tienen lugar alrededor del eje de la producción agroalimentaria. Pero de inmediato la sobrepasa, para proyectarse al conjunto del sistema económico, a través de una variada gama de actividades que florecen al calor del efecto multiplicador del constante incremento de la productividad agroalimentaria, convertida en el punto central de la inserción de la Argentina en el sistema mundial.
Así, al incorporar valor agregado y complejidad tecnológica, las ventajas naturales se tornan ventajas competitivas, y la mejora continuada de la producción se convierte en la regla insoslayable para mantener las ventajas comparativas.
Por último, en esta estrategia de desarrollo del siglo XXI, el factor fundamental en el largo plazo y por lo tanto esencial en el actual momento histórico, es la mejora en la calificación sistemática de la fuerza de trabajo, y en general de la educación en la sociedad. Esta necesidad, que puede calificarse como nueva revolución educativa, coincide con la conversión del sistema capitalista en un mecanismo de producción guiado por el conocimiento avanzado, en el que tanto el capital como la fuerza de trabajo pierden relevancia.
*Autor del libro El desarrollismo del siglo XXI, Buenos Aires, La Pluma Digital, 2013