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Historia de viejos caminos y rutas

Lunes, 28 de octubre de 2013 05:09
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Hay una herencia de arrastre en caminos superpuestos y entrecruzados que se remontan a la vialidad incaica primero, a las rutas de los conquistadores más tarde, a los caminos coloniales y reales después, hasta llegar a algunos de los desaciertos asfálticos actuales. La accidentología y la siniestralidad de las rutas salteñas son un problema de hoy con raíces profundas en la historia.

La cantidad de accidentes de autos y las cuantiosas pérdidas de vida que ocurren en esos luctuosos accidentes están relacionadas, entre otros motivos, en que todavía tenemos "rutas del siglo XIX con autos del siglo XXI", esto es veloces autos nuevos en viejas rutas o caminos de carros. Si lo planteamos desde el fondo de la historia deberíamos comenzar mencionando que los Incas tenían una vialidad extraordinaria, con caminos que cruzaban el imperio en varias direcciones desde los confines de Ecuador hasta Mendoza en Argentina, siguiendo especialmente el eje montañoso de los Andes Centrales.

Esos caminos estaban empedrados, tenían trabajos de alcantarillado, puentes y otras obras de arte construidas por los "ingenieros" incas que cumplían a la perfección con la misión del transporte de cargas y personas; desde el "Ombligo del Mundo" que era el Cuzco, hacia los cuatro puntos cardinales o "sullos" (para nuestra región sur andina: el Coyasuyo). Los chasquis llevaban información militar o de otro tipo en tiempo récord. La tracción era a sangre y las llamas (acémilas) eran las encargadas de transportar diversas materias de interés. No existía la rueda y los caminos tenían el ancho necesario para la circulación de las tropas de llamas en caravana y de los hombres que las arriaban a pie.

Los incas avanzaron hasta donde avanzó la llama. Por su parte los españoles llegaron a las costas de América en sus modernas carabelas y hoy nos asombramos de que pudieran cruzar el vasto océano en esas rústicas "cáscaras de nuez". En ellas traían no solamente a hombres dispuestos a conquistar imperios con la pólvora y la espada, sino que también traían consigo caballos de montar, burros, cabras, ovejas, vacas y bueyes. Los primeros tiempos de la conquista se hicieron a caballo y basta recordar el sublime poema del escritor peruano José Santos Chocano "Los Caballos de los Conquistadores" (que recomiendo calurosamente leer) para tener toda una definición del tema.

Terminada la conquista comenzarían los tiempos de la colonia. Numerosas rutas quedaron abiertas entre el Alto Perú y el Río de la Plata, tales como la primigenia de Almagro, la de Diego de Rojas (que quedó inconclusa al caer éste flechado por los indígenas), y las que seguirían de por Juan Núñez de Prado, Francisco de Aguirre, Juan de Matienzo (y su famoso derrotero), Gonzalo de Abreu y Figueroa (muerto en tormento por Hernando de Lerma), Juan Ramírez de Velasco, Jerónimo Luis de Cabrera (asesinado por su antecesor Abreu y Figueroa), y otros exploradores y fundadores de ciudades.

Dado que todo era parte del imperio español, las rutas iban por donde mejor convenía a los propósitos de un viaje, esto es terrenos firmes de "buena geología", a los que se sumaban lugares con verdes pastos, agua dulce, y caza y pesca abundante. Así se establecieron rutas de "alto tránsito" que conectaban por ejemplo Buenos Aires con Potosí vía Salta. Este enorme cerro de plata cambió la historia del mundo con su descubrimiento y explotación y un análisis de su impacto económico global excede los límites de este artículo. Nacieron por todas partes precarias ciudades de españoles e indígenas, algunas de las cuales prosperaron y otras desaparecieron para siempre. Salta por ejemplo fue fundada con 100 españoles y 1500 indígenas en 1582. En las distintas ciudades, con las maderas del lugar y el famoso y -único entonces- hierro de Vizcaya, los maestros carpinteros comenzaron a construir carros de grandes ruedas y ejes fuertes, tirados por poderosos bueyes, que permitían lentamente movilizar toda clase de vituallas y mercaderías de exportación e importación.

Los carros al desplazarse en el espacio destinado al tránsito de una sola fila dejaban en el suelo una huella, surco o hendedura de las ruedas que eran llamados carriles. La localidad de El Carril (Salta) toma de allí ese nombre. A diferencia de muchos otros topónimos de raíz indígena en la geografía regional, éste es español. Ahora bien, si El Carril hace referencia a una antigua huella de carros, podemos ya sospechar que los demás pueblos del Valle de Lerma estaban unidos por huellas de carros. Cerca está Sumalao, famoso enclave de los siglos XVIII y XIX por el comercio de mulas a Potosí y más tarde de ganado herrado a pie a las nitrateras de Chile. Sumemos La Merced, Cerrillos y la propia Salta.

Desde Sumalao hacia el norte y el oeste, por distintas rutas, partían las decenas de miles de mulas que iban al Potosí y otros destinos; 60.000 al año de acuerdo a la información brindada por el viajero postal español de pseudónimo Concolocorvo. Se usaba el viejo Camino del Inca que pasaba por La Caldera transformado más tarde en Camino Real español. Desde Salta hacia El Carril, Moldes, La Viña, Ampascachi y más allá tenemos una vieja huella de carros, a la cual se le puso asfalto encima para llamarse Ruta Nacional N´ 68, y que en lugar de ser una recta (la recta es la línea que une dos puntos en el menor camino recorrido, tal la recta incaica de Tin Tin) es una línea quebrada en mil pedazos, que bordea límites de fincas, que tiene curvas peligrosísimas (como la de Sumalao), que cruza torrentes de montaña que cuando bajan bravos en el verano se llevan todo lo que encuentran (como pasó hace unas décadas en el Arroyo Ayuza donde un camión de obreros golondrinas de la uva fue arrastrado muriendo una treintena de sus ocupantes). O sea que estamos ante un viejo camino del siglo XVIII, remozado y acondicionado en los siglos XIX y XX, con autos que circulan a 200 o más veces la velocidad de los carros, lo que prueba a las claras que la siniestralidad está así asegurada. Lo mismo ocurre en dirección a La Caldera donde la estrecha huella incaica, asfaltada como Ruta Nacional N´ 9 o Panamericana, sirve de flujo concentrado a velocísimos autos de alta gama.

Otras rutas de la muerte son las nacionales números 34 y 50. La pérdida del tren como gran movilizador de cargas echó a la ruta a miles de camiones pesados que saturan y complican el tránsito. En conclusión, entre 150 a 200 personas fallecen por año en Salta a causa de accidentes de tránsito. Según un excelente informe de la periodista Ángeles Mariño; la noche más que el día, los domingos y lunes más que los otros días, los autos y las motos, los hombres más que las mujeres, y los jóvenes más que los adultos, encabezan las estadísticas de los eventos luctuosos. Finalmente hay que sumar rotondas que no son rotondas, badenes y puentes, falta de señalización, imprudencia, alcoholismo, animales sueltos, tractores, bicicletas, peatones, y un largo etcétera que convierten a las rutas salteñas de peligrosas en peligrosísimas.

 

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