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17 de Septiembre,  Salta, Centro, Argentina
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Militar experimentado caminó 10 días desde Nazareno hasta la Catedral: comparó la travesía con un entrenamiento de élite

Más allá del desafío físico, la experiencia fue profundamente espiritual. “Me cambió mucho. No tengo memoria de la última vez que me confesé, deben haber pasado 30 años. En esta peregrinación pude hacerlo con un sacerdote y comulgar. Fue algo muy emotivo para mí, una liberación”, confesó.
Miércoles, 17 de septiembre de 2025 08:04

Gustavo Rodolfo Morales, un marino retirado de 53 años caminó 450 km durante diez días desde el remoto pueblo de Nazareno hasta la Catedral Basílica de Salta, para llegar a los pies del Señor y la Virgen del Milagro. Con experiencia como oceanógrafo y buzo táctico, con varias incursiones a la Antártida y lugares inhóspitos del planeta, comparó la travesía con un entrenamiento militar de élite, pero aseguró que la fe lo sostuvo en cada paso.

Gustavo Morales durante una de sus incursiones a la Antártida

La peregrinación, organizada por una familia oriunda de Nazareno que este año cumplió 25 años de caminatas, no es solo un recorrido físico. “No es una peregrinación por caminar nada más -explicó el veterano-, es una experiencia centrada en la Biblia y en la oración”. Durante el trayecto hubo consignas espirituales, lecturas bíblicas, cantos religiosos y hasta misas de sanación y liberación oficiadas por dos sacerdotes llegados desde Buenos Aires.

Un “río de piedra” interminable

Entre las etapas más duras, el ex militar destacó la jornada que bautizó como “el río de piedra”: nueve horas continuas, desde las 10 de la mañana hasta las 8 de la noche, avanzando sobre un lecho pedregoso sin sendero marcado. “Era piedra de todas formas, colores y tamaños, interminable, recordó. Y encima, había que cruzar el río una y otra vez. Más o menos pasamos unas 40 veces el mismo curso de agua (río Bacoya), helado, a la rodilla y a veces hasta el muslo”.

Ese esfuerzo se extendió por casi dos días completos hasta llegar a un paraje llamado Higueras, donde el grupo pudo descansar unas horas antes de seguir rumbo a Iruya. “A las cuatro de la mañana ya estábamos levantados y a las cinco otra vez cruzando el río, con el frío que pela. Todo ese día fue agua y piedra hasta que llegamos al mediodía a Iruya”, contó.

Ascensos extremos y bajadas interminables

Otra de las pruebas que lo marcaron fue la subida conocida entre los peregrinos como el Abraz, un ascenso que calcula en más de cuatro 4.000 metros de altura. Con las imágenes sagradas al hombro para cortar camino, la subida demandó cerca de dos horas. “Es durísimo, uno siente que no termina más. Recién cuando cerrás la planilla podés empezar la bajada”, resumió.

Y hubo un tercer tramo que exigió tanto el cuerpo como la voluntad: desde un paraje llamado Campo Carrera salieron a las tres de la madrugada para caminar más de 20 horas hasta Humahuaca. “Ese día se nos vino todo encima, plantas espinosas que te cortan la piel, piedras laja, arena, derrumbes que obligan a desviarse. Tenés que caminar cinco horas hasta la salida de la vía muerta y después otras tres o cuatro más. Son nueve horas de caminata muy dura, con los pies al límite”, describió.

Recién después de Humahuaca el camino se hace más amable, sobre ruta, aunque el cansancio acumulado y la falta de descanso siguen pesando. “Dormís en bolsa, en el piso, con un fieltro finito. Hace frío, estás sucio, transpirado, dolorido. Tres horas de sueño por día y de nuevo arriba. Es muy sacrificado, pero la fe te lleva”, aseguró.

La solidaridad en el camino

A pesar de la dureza, el peregrino resaltó la generosidad de la gente de los pueblos. “Por comida no te podés quejar. Donde parábamos había desayuno, café, mate cocido, tortilla, facturas, bollos, de todo. En el almuerzo podías repetir, comer bien. Más cerca de Salta la gente te da agua, naranjas, bananas, golosinas. Esa solidaridad te levanta el ánimo”, relató.

Los paisajes también quedaron grabados en su memoria: “Ves las nubes abajo, pareciera un algodón gigante. Neblina, cerros inmensos. Son paisajes imponentes que te hacen agradecer la vida”.

Más allá del desafío físico, la experiencia fue profundamente espiritual. “Me cambió mucho. No tengo memoria de la última vez que me confesé, deben haber pasado más de 30 años. En esta peregrinación pude hacerlo con un sacerdote y comulgar en Maimará. Fue algo muy emotivo para mí, una liberación”, confesó.

El grupo, encabezado por un matrimonio con Biblia en mano, propone a los peregrinos tareas y consignas religiosas para reflexionar durante el trayecto. “Todo el tiempo estamos cantando y alabando a Dios. Eso te sostiene, porque no es solo caminar: es una peregrinación basada y centrada en la Biblia”, subrayó.

El tramo final

Con 54 años, los pies inflamados y tomando antibióticos para poder continuar, el ex comando llegó finalmente a la Catedral Basílica de Salta. “Si hubiese sido un día más no sé si lo lograba, el dedo estaba por reventar, admitió. Pero gracias a Dios pude llegar a la casa del Señor y la Virgen del Milagro. Conocí mucha gente buena, hermanos peregrinos que me hicieron bien. También sirvió para mí, para crecer espiritualmente”.

Al repasar los nueve días de caminata, se permitió una sonrisa: “Fue duro, muy duro, como un entrenamiento de elite, pero distinto. Aquí no se trata de resistencia física solamente, sino de fe. Yo busco estar bien, crecer, sumar. Gracias a Dios lo pude hacer”. Y concluyó con una frase que resume todo su esfuerzo, “Dios solo sabe cómo lo logré. Yo solo caminé”.

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