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Ayer fui a votar convencida de que el voto electrónico iba a ser un gran avance para la democracia salteña, aunque admito que me llevé una gran desilusión. Colas interminables, personas sin ningún tipo de capacitación para ejercer su voto, máquinas que se colgaban y fiscales que no se movían de sus asientos para ayudar a la gente. Sigo pensando que el voto electrónico puede ser una muy buena herramienta, pero me da la sensación de que se apuró mucho su implementación en la Provincia. Votar es una obligación de todos los ciudadanos, eso es verdad, pero tenemos el derecho de que la votación sea ágil y que no nos haga perder tiempo para estar con nuestras familias un domingo. Tuve que soportar una cola de una hora y veinte en una escuela del centro salteño sin ni siquiera una silla para poder sentarme. Ojalá que para la votación de noviembre corrijan las enormes desprolijidades que le causó el voto electrónico a la gente.
Carmen Fernández
Ciudad