¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
16°
10 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Con la democracia se come, se cura y se educa

Martes, 10 de diciembre de 2013 04:28
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Hacia los años '80 en mi casa había un televisor en blanco y negro, chiquito, con un botón grande que servía de interruptor, ese televisor había proyectado muchas veces las imágenes de diferentes generales, proyectó las imágenes de un par de mundiales de fútbol y las vicisitudes de la Guerra de Malvinas. Como correspondía a la época, estaba en un rincón del comedor.

Yo tenía ocho años cuando la sociedad argentina parecía salir de un largo sueño, que resultó una pesadilla y recuerdo cómo poco a poco iban apareciendo volantes políticos, banderas, insignias, y las boinas blancas fueron llenando las calles y los corazones de una sociedad que, al vibrar de Raúl Alfonsín, parecía encontrar el camino al entendimiento de los argentinos. Por entonces, “el viejo Raúl” era un joven político, un dirigente provincial de Buenos Aires con proyección nacional. Lideraba un espacio interno en la UCR que se había animado a enfrentar a los viejos líderes partidarios y evidenciaba un cambio de rumbo. Fue un hombre convencido de que con la democracia se educaba, se comía y se curaba.

Así, con un discurso franco y de cara a la sociedad que lo esperaba, arrasó en las elecciones nacionales y el sillón de Rivadavia fue ocupado, después de diez, años por un presidente constitucional, votado por la gente. Si hay que reconocerle un mérito a Raúl Alfonsín, es el de haber interpretado el sentir de los argentinos, el cansancio, el miedo, el aletargamiento, pero también la necesidad de un hombre de coraje, no prepotente, capaz de hacer lo inasible y sentar en el banquillo de los acusados a quienes fueron responsables de los duros años de la represión.

Si hay que reconocer sus debilidades, me vienen a la memoria los años de los levantamientos militares, la oposición sindical y la crisis económica. Quizá Alfonsín y toda su generación le pidieron demasiado a la democracia, quizá nos hicieron ver en ella la solución mesiánica a los problemas de los argentinos y ese es el legado de Alfonsín y su generación, la fe ciega en el poder de la gente, en las capacidades del pueblo para resolver sus problemas en el diálogo, en el disenso, en la democracia.

Han pasado treinta años y mi televisor en blanco y negro es un recuerdo. Después de haberlo conocido y haber compartido distintos momentos hoy veo los discursos del “viejo” en internet y junto con otros amigos solo podemos emocionarnos, por la claridad, por la fuerza y por la convicción de una generación de argentinos que se va y nos deja un legado profundo.

Hubo una generación que nos enseñó que con la democracia se come, se cura y se educa, pero no como una receta mágica; por el contrario, requiere un compromiso militante, desinteresado y una sociedad que no esclavice al hombre por su condición, que no lo someta por su pobreza, que no lo coaccione por su necesidad. Ese compromiso es el mejor homenaje para don Raúl Alfonsín.

 

Temas de la nota

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD