¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
14°
10 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

Tres décadas en la construcción de una Argentina democrática

Martes, 10 de diciembre de 2013 04:28
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Treinta años transcurrieron desde que el 10 de diciembre de 1983 asumiera Raúl Alfonsín, luego de casi ocho años de dictadura.

Nuestro país pasa un período democrático tan prolongado por primera vez desde 1853, cuando se sancionó la Constitución nacional.

En la retina y en los oídos de los argentinos, y de los salteños en particular, quedaron grabados aquellos festejos que marcaban el fin de un régimen opresivo.

Diez años antes, una fiesta similar había cerrado la amarga historia de otra dictadura, que derramó menos sangre pero que fue igualmente nefasta. Era el año del regreso de Juan Domingo Perón. Aquella democracia fue fugaz. Tres años más tarde comenzaban el Proceso y su genocidio.

Pero no solo la extensión de la secuencia de elecciones, cada dos años, 16 veces, marca la diferencia.

El 10 de diciembre de 1983 la Argentina erradicó el golpismo. Las Fuerzas Armadas dejaron de ser alternativa de poder.

Las asonadas carapintadas fueron dañinas para la democracia, pero no llegaron a insinuar la posibilidad de un golpe. El desprestigio con que las Fuerzas Armadas llegaron a 1982 fue el fruto de su propia ineptitud para el gobierno y resultó decisivo para lo que vendría. La dictadura encabezada por líderes como Jorge Videla, Emilio Massera y Leopoldo Galtieri no logró nunca homogeneidad política y fue sanguinaria hasta lo repugnante, no solo por el genocidio, que todos conocían pero que se mostraría en plenitud con el histórico juicio a las Juntas. Las dictaduras argentina y chilena estuvieron a punto de llegar a los dos pueblos a una guerra devastadora en diciembre de 1978. En 1982, cuando la inflación y la inestabilidad cambiaria se volvían ingobernables y el sueño neoliberal alimentado por José Martínez de Hoz se desvanecía para siempre, nuestros militares buscaron el atajo con la recuperación militar de las Islas Malvinas.

La democracia, mal que nos pese, no fue una conquista. Más bien, la democracia fue conquistando a los argentinos a partir de 1983.

El derrocamiento de Hipólito Yrigoyen había dado a luz a la era del golpismo. Una Suprema Corte elegida durante los gobiernos radicales legitimó a la dictadura de José Félix de Uriburu con una acordada que sancionó la “doctrina del facto”. La irrupción del peronismo, a partir de un golpe de Estado de sello nacionalista, en 1943, dio lugar a la aparición de un nuevo protagonista: los trabajadores. No obstante, el odio opositor a Juan Domingo Perón y la respuesta populista de su gobierno confirmaron la persistencia de una cultura autoritaria. La Revolución Libertadora, con su orgía de fusilamientos, puso en marcha décadas de violencia política que culminaron en la aparición de organizaciones armadas de derecha e izquierda, la proscripción del movimiento más popular y los golpes de Estado contra las débiles presidencias de Arturo Frondizi y de Arturo Illia.

A partir de 1983, ya nadie piensa en golpes de Estado y ninguna organización a la que se le pudiera ocurrir tomar las armas es tomada en serio por la ciudadanía.

Las dos grandes crisis, la hiperinflación de 1989 y la hiperrecesión de 2001, fueron superadas dentro de las normas institucionales.

El sistema se sostuvo. No obstante, la democracia no es cualquier forma de “gobierno del pueblo”.

La Argentina es un país que suele vivir al margen de la ley. Las dictaduras facilitaron que esa práctica se convirtiera en cultura. Por eso parece tan difícil comprender que nuestra democracia es “republicana, representativa y federal”.

El exacerbado presidencialismo, la fascinación con los líderes, la subordinación de los parlamentos al Poder Ejecutivo y las ambigedades de la Justicia - no necesariamente de la ley - hacen de la nuestra una “democracia delegativa”.

A nuestros gobernantes, en general, les resulta más familiar la construcción de poder que la proyección del futuro nacional.

La democracia nació en Atenas hace 25 siglos. Buscaba una forma de gobierno regida por la sabiduría. En el mundo moderno sabemos que la única sabiduría posible, en materia política, es el respeto por la ley.

Los líderes a quienes sus seguidores creen iluminados y con derecho natural y absoluto al mando, por lo general, llevan a los países a la ruina.

A la Argentina le falta avanzar mucho en esa dirección, pero, hace treinta años, dio el paso fundamental: la convicción democrática se instaló en la conciencia ciudadana, que es la base donde se asienta, como sistema y como cultura.

 

Temas de la nota

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD