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En Río hay un ejército de niños

Miércoles, 04 de diciembre de 2013 02:01
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La nueva generación, en especial, vive asombrada ante la aparición de nuevos inventos tecnológicos. No solamente internet o twiter, le generan una gran atracción, sino también proyectos que hoy parecen disparatados.

Amazom, la mayor librería virtual del mundo, anunció que a partir del 2018 entregará los 15 millones de paquetes diarios, a través de aparatos no tripulados, en la jerga llamados drones, que en apenas treinta minutos recibirá el comprador.

Mientras esto sucede, la mayoría de los jóvenes lee muy poco, tan poco que sólo un cero tres por ciento de los argentinos, compra un libro por año.

Pero más allá de Amazom y los avances queremos ocuparnos hoy de la pobreza de nuestro vecino Brasil, que muy pocas veces es tema de conversación incluso entre los universitarios.

El país de Dilma enfrentará en apenas tres años y medio, dos desafíos a nivel universal. Que no necesariamente significa sólo un gran esfuerzo económico, sino un poder de organización propio del primer mundo.

Y aquí viene el gran desafío: hoy la séptima potencia del mundo no vive su mejor momento porque su producción decayó y la actual presidenta no tiene la cintura política de Lula.

Los grandes problemas

Brasil sufrió en la últimas semanas grandes protestas por la organización del Mundial de Fútbol y de los Juegos Olímpicos. Es que los pobres, frente a la magnitud del gasto, el mayor en la historia deportiva de todos los tiempos, se rebeló porque el beneficio que podrían dejar estos dos acontecimientos no llegará al pueblo. A eso hay que sumarle una corrupción creciente, fruto de la gran cantidad de dinero que circula.

Desde hace sesenta y tres años, los brasileños, quizás el país del mundo con mayor pasión por el fútbol, viven atragantados, con el corazón doliente, porque en 1950, frente a doscientos mil espectadores, quedaron sin palabras cuando el modesto Uruguay le gano la final. Fue el célebre “Maracanazo”.

Si bien Brasil conquistó cinco campeonatos mundiales, quizás una hazaña inalcanzable, el 2014 debería ser para ellos la venganza. Y en el mismo estadio.

Pero no le será fácil porque aparte de los grandes gastos, las obras están atrasadas, según el secretario de la FIFA “a Brasil habría que darle una patada en el trasero, por su irresponsabilidad”.

Un país injusto

Nuestros vecinos forman parte del país más injusto de la tierra: a pesar de ser una potencia mundial, tienen la peor distribución de riquezas del orbe. Lula, hizo una gran obra que continúa ahora Dilma, y lograron que 16 millones de personas salieran de la pobreza.

Y no sólo en lo social, ya que el país de Tom Jobim, vive aprisionado por el narcotráfico.

Un narcotráfico que tiene sus bases más sólidas en las favelas de las grandes ciudades, y en especial en Río de Janeiro.

Para tener una idea de la magnitud de su número, recalcamos que solamente en Río hay 968 favelas registradas. Esto, según el gobierno, fue aprovechado por los narcotraficantes, que perseguidos por la policía militar inventaron una estrategia inesperada: reclutar a niños entre 10 y 15 años para ser vendedores de la cocaína y otras drogas.

Los niños como ya ocurrió varias veces, y en especial el domingo último en las playas de Copacabana y Leblon, formaron verdaderos ejércitos, de centenares de miembros que saquearon no sólo a los turistas sino que a todos los que estaban allí.

Los testigos quedaron asombrados por la agresividad mostrada por los imberbes y la policía, mucho no pudo hacer porque como menores no pueden ser atacados, ni siquiera con balas de goma.

Los niños soldados, según José Beltrame, secretario de Seguridad de Río, que logró fama hasta hace pocos días por lograr la “pacificación de las favelas” tuvo que reconocer que no se puede reprimir así nomás a estos niños.

Beltrame admitió que detuvieron a más de mil niños de diez años, los llamados niños soldados, que fueron entrenados por los narcos incluso para manejar armas pesadas.

¿Qué hacer?

Como dijimos Brasil tiene una falla estructural, un talón de Aquiles muy difícil de cambiar. El país está dividido en dos partes fácilmente reconocibles para quién lo visite. De San Pablo al sur y el otro de Río de Janeiro al norte.

Los sociólogos le llaman Belindia, porque la zona meridional tiene niveles de vida comparables a Bélgica, mientras que la otra se parece mucho a la India.

Rocinha, la favela más popular de Río, aunque no la más poblada, pasó a ser desde hace pocos años un elemento turístico más. Este periodista, junto a un grupo de extranjeros, conducidos por un guía pudo recorrer con total tranquilidad esta villa, estratégicamente ubicada, a muy pocas cuadras de los grandes hoteles y residencias de los ricos.

Me llamó la atención que en Rocinha exista un canal de televisión propio, varias emisoras de radio, una sucursal de Citi Bank y, crease o no, otra de Mc Donald's. Allí la seguridad es casi absoluta, porque la policía militar es implacable en su manera de proceder lo asegura.

Pero en el resto de las 967 favelas, las cosas no son así. Si bien el gobierno viene trabajando desde hace años para tratar de frenar una ofensiva de los narcotraficantes que no saben de contemplaciones.

El mundial se hará, como se hizo en Sudáfrica a pesar de todas las predicciones, pero el eventual espectador deberá contemplar que aparte del alto valor de las entradas va a un acontecimiento que puede significarle más de un disgusto.

 

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