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En estos tiempos la canción del arriero cada vez adquiere mayor vigencia, porque en una de sus estrofas expresa lo siguiente: "Las penas y las vaquitas se van por la misma senda, las penas son de nosotros las vaquitas son ajenas".
Al respecto les tendríamos que preguntar a nuestros gobernantes ¿que pasó con nuestras vaquitas? ¿Habrán salido del país en busca de nuevos horizontes? ¿O espantadas por el ruidaje que provocaban nuestros políticos en sus campañas electorales?
Tal vez no encontraremos una respuesta adecuada para justificar el elevado precio de la carne en un país que fue ganadero por excelencia.
Si continúa en suba el precio de este producto y ante la imposibilidad de poderlo adquirir, no nos queda otra que solicitarle al Papa Francisco nos permita alternar nuestra religión con la de la República de la India. En esa nación sus habitantes no consumen la carne vacuna porque a la vaca la consideran sagrada por religión y nosotros, al abstenemos de su consumo, la consideraremos sagrada por el precio.
Y por último, tendremos que apelar a la sensibilidad de nuestros gobernantes para que, haciendo uso del poder que el pueblo les ha conferido, traten de revertir estas falencias.