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El papa Benedicto XVI, que renunció a su pontificado, urgió a una “renovación” de la Iglesia, al despedirse ayer de cientos de párrocos y seminaristas, tras haber denunciado en la víspera, con tono profético, la hipocresía y las rivalidades que amenazan a la milenaria institución.
“Tenemos que trabajar para que se realice verdaderamente el Concilio Vaticano II y se renueve la Iglesia”, dijo a los religiosos en la Sala Pablo VI del Vaticano.
Agotado, con ojeras y la voz ronca, el Papa, vestido con su tradicional sotana blanca, habló ante el clero de Roma de su pasado como teólogo y contó anécdotas relacionadas con el Concilio Vaticano II, en la década de los 60, en el que participó activamente, un evento considerado clave para la modernización de la Iglesia del siglo XX.
Para el Papa dimisionario, las reformas aprobadas entonces, su apertura al diálogo con el mundo, “no se han realizado”.
“La Iglesia no es una organización, jurídica ni institucional, sino una organización vital que está en el alma”, explicó.
“Somos la Iglesia, somos todos un cuerpo vivo, todos juntos, los creyentes”, aseguró.
Además, los obispos unidos son la continuación de los doce apóstoles y “sustancialmente no se trata de poder”.
El primer jefe de la Iglesia en siete siglos que renuncia a su cargo considera que la visión actual que dan los medios de comunicación de la Iglesia, tan política, “ha creado muchos problemas, ha sido una calamidad”, reconoció.
“Aún si me retiro estaré siempre cerca a todos ustedes y ustedes estarán conmigo aún si desaparezco del mundo”, dijo el Papa, que anunció el lunes inesperadamente su renuncia a partir el 28 de febrero, un gesto inédito en la historia de la Iglesia moderna.
“Una charla”
“Debido a mi edad, no he preparado un gran discurso, sino una charla”, reconoció.
Las palabras improvisadas de Benedicto XVI, quien no usaba anteojos, conmovieron a los asistentes, que lo ovacionaron en señal de admiración y respeto, vitoreando repetidamente al Papa.
“En nombre de los sacerdotes de Roma le aseguramos al Papa que lo queremos y que nos comprometemos a orar por él”, le dijo el cardenal italiano Agostino Vallini.
El papa Ratzinger, como suele ser llamado ahora por la prensa, entró apoyándose en un bastón, mientras los aplausos se mezclaban con el canto “Tu sei Petrus” (Tu eres Pedro). El día anterior el Papa llamó a superar “hipocresías”, “rivalidades” y “divisiones”, y sus palabras fueron interpretadas como una referencia a las luchas internas por el poder y a las intrigas dentro del Vaticano, que han marcado sus casi ocho años de pontificado.
Estaré, pero escondido del mundo
A veces unos pocos minutos de descuento reúnen más juego, más emoción e incluso más goles que el partido entero. El lunes pasado, cuando Benedicto XVI sorprendió al orbe anunciando el punto final a un papado gris de casi ocho años, se concedió dos semanas y media de prórroga. Lo justo, se pensó, para dar tiempo al Vaticano a recuperarse del sobresalto, preparar la transición y cumplir con las despedidas protocolarias.
Ahora ya se puede afirmar, sin embargo, que el anciano Joseph Ratzinger tenía muy bien diseñada la escena final. Antes de partir en helicóptero hacia el exilio elegido, dictaría su legado, en directo, de viva voz. A los fieles, durante la misa vespertina del Miércoles de Ceniza, y ante los párrocos de Roma, ayer. “Aunque me retiro a rezar, estaré siempre cerca de vosotros”, confió a la infantería de la Iglesia, “pero permaneceré escondido para el mundo”.
Tanto su secretario personal, el padre Georg G„nswein, como las cuatro laicas consagradas que hasta ahora lo venían asistiendo en el apartamento papal, seguirán acompañándolo también en su retiro en el monasterio de monjas.