inicia sesión o regístrate.
Hace unos días, junto a mi hijo adolescente, me senté a ver una película titulada “Búsqueda implacable”, filmada en el 2008. Cuenta la historia de una jovencita hija de padres separados que, junto a una amiga, contra la voluntad de su padre pero con el consentimiento de su madre, viaja a París, donde es secuestrada por una red gigantesca de trata de blancas. El padre de la joven (primer actor) es un exempleado de la CIA, conocedor de las artes marciales y, obviamente, del manejo de las armas. En el primer contacto con los secuestradores les avisa por teléfono que si no le devuelven urgentemente a su hija los buscará y los matará a todos; cosa que en el transcurso de la película hace. El hombre viaja a París, encuentra a los delincuentes y, efectivamente, los mata a todos. De más está decir que de todos los enfrentamientos en los que participa, en uno solo recibe un disparo que no lo daña demasiado.
Al finalizar la película invité a mi hijo a debatir sobre la misma. La conclusión fue, principalmente, preguntarnos ¿cómo a la productora cinematográfica se le ocurrió tratar de este modo un tema tan candente, de tanta actualidad y de tanta gravedad como es la trata de personas? A continuación tuve que aclararle que la imagen de superhéroe no es la mejor para este tema; que en ninguna parte del mundo está permitido a los ciudadanos tomar la justicia por sus propias manos; que cuando uno le dispara con un arma de fuego a otro, seguramente lo hiere y muy posiblemente lo mata; que cuando uno mata a otro debe rendir cuentas a la Justicia por lo que hizo; que irá preso y que, de este modo, se granjeará nuevos y numerosos enemigos, para él y para su familia, porque con el delito (con toda clase de delitos), mientras el hombre exista nadie acabará luchando solo. Creo que ya es tiempo de que la industria cinematográfica le dé a ciertos temas un mayor acercamiento con la verdad. Si bien se sabe que Estados Unidos es la mayor potencia mundial, esto no le da visa a las productoras para sembrar en la conciencia de todos los habitantes del planeta que sus hombres son poderosos, invencibles e inmortales. Este hecho se torna más incoherente aún cuando observamos que desde esas latitudes se pregonan tanto los bienes que poseen: la democracia, la república, el respeto a las leyes, y los derechos humanos.
Daniel. E. Chávez, Ciudad