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Esfuerzo y dignidad en cinco historias de vida

Miércoles, 01 de mayo de 2013 16:06

Nuestro saludo a los trabajadores viene con 24 horas de anticipo porque mañana El Tribuno no sale a la calle. Y ese saludo viene de un modo muy especial: implícito en las historias de cinco trabajadores salteños. Humildad y alegría, los denominadores comunes.

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Nuestro saludo a los trabajadores viene con 24 horas de anticipo porque mañana El Tribuno no sale a la calle. Y ese saludo viene de un modo muy especial: implícito en las historias de cinco trabajadores salteños. Humildad y alegría, los denominadores comunes.

El capataz de una obra en construcción, un señor que cobra el estacionamiento en el centro, un diariero, un empleado que se ocupa de barrer las calles de la ciudad y la cocinera de una empresa compartieron las anécdotas de su cotidianidad. Hablaron de lo que más disfrutan de aquello que les permite subsistir económicamente. Haber tenido la posibilidad de elegirlo o no, para ellos, no suma ni resta dignidad a lo que hacen a diario. Los cinco dicen estar muy contentos de tener un trabajo. Le dedican su tiempo con entusiasmo y empeño.

Carlos Fabián, capataz de construcción

Los primeros ladrillos los puso hace más de veinte años. Carlos Fabián ahora tiene 55 años y es capataz, pero comenzó como albañil, en algunas obras, cuando era más jovencito. Tuvo que aprender el oficio por necesidad. Había tenido otros trabajos antes, pero quedó desocupado y pensó en aprender el oficio para poder seguir adelante y mantener a sus hijos.

Hace una pausa en su trabajo, en plena avenida Belgrano, y cuenta que antes trabajaba en una fábrica que cerró y había tenido otros trabajos, también como plomero y chofer. Pero el cierre de la fábrica fue trascendental para Carlos, quien tuvo que empezar de cero. Aprendió el oficio de albañil y fue superándose día a día. Dice que así fue como llegó a capataz y que agradece, todos los días, poder tener un trabajo.

“Hay que tratar de no quedarse nunca. Mi consejo para los que no encuentran trabajo es que nunca dejen de aprender y de buscar lo que a uno le gusta”, reflexionó Carlos.

Saúl Santucho, cobro permisionario en calle Balcarce

Comienza la charla con Saúl, un señor que cobra el estacionamiento en la calle Balcarce, entre Leguizamón y Santiago del Estero. Una joven se acerca a pagarle, pero Saúl no tiene cambio y con una sonrisa le dice que mejor otro día le dé los $2 que le debe. Saúl es muy amable y tiene muy buen semblante.

Don Santucho tiene 85 años y hace 14 que trabaja en esta calle, en pleno centro de la ciudad. Adora este trabajo, que cree que ya será el último.

Es salteño, pero vivió muchos años en Jujuy. Se casó cinco veces, las cinco se separó y, entre otras cosas, trabajó en la obra de construcción del dique Cabra Corral. Ahí trabajaba con la trituradora con la que se preparaban los materiales para darle forma y estructura a tamaño proyecto. Más adelante se desempeñó también como dirigente gremial de la construcción en Campo Santo y por esas cosas de la vida, las separaciones y los giros del destino, un día lo encontraron solo, pero con la certeza de que nunca más querría irse de su Salta natal, el lugar al que describe como una provincia de gente muy buena, desde donde puede pararse y asegurar: “­Soy feliz!”. De hecho lo hace. Y se nota que no miente.

Hoy vive sobre la calle Delfín Leguizamón al 100.

Está solo y un poco enfermo, tiene artrosis. Ayer, sin ir más lejos, don Saúl tuvo que llamar a una ambulancia, porque amaneció muy dolorido en una de sus piernas. Pero apenas se sintió mejor se levantó y se fue a trabajar. A las 7 estaba en el lugar de siempre. “Hay que dedicarse al trabajo. Para mí trabajar es muy lindo porque lo hago rodeado de gente y así no me siento abandonado, ni me siento solo”, concluyó. Es que sus hijos están lejos y prefiere no hablar de ellos. Lo entristece la distancia.

Saúl es un “dandi”. Lleva un sombrero negro y un pañuelo de seda atado al cuello. Es un tanguero de alma que recuerda con cariño sus épocas de jovencito bailarín que gozaba al compás del dos por cuatro.

Antes de despedirse nos regala un verso que él mismo escribió: “Tengo una pena en el alma/ que no la puedo olvidar/ sabiendo que pronto me voy de Salta/ para no volver nunca más”. Dice que a los 85 ya ha aprendido un poco a esperar la muerte. Mientras tanto, don Santucho sale todos los días a ganarse el pan. Se levanta muy temprano. Cada jornada empieza al alba.

José Miguel Cabrera, diariero

1989. Lo recuerda con claridad. Ese año comenzó a vender diarios en la esquina de Zuviría y Miguel Ortiz, en barrio El Pilar. José Miguel Cabrera también tiene 85 años. A los 17 vendió sus primeros diarios, con su papá. También trabajó como transportista en los primeros vehículos de tracción a sangre. Siendo un hombre joven sufrió un accidente en una de sus piernas, lo atropelló un auto. Jamás pudo volver a caminar con normalidad. Pero no se rindió. Rendirse no era una posibilidad. Su certeza más grande era que debía seguir trabajando. Volvió a su primer trabajo: los diarios.

Se levanta a las 6 todas las mañanas y espera a que su hija se los traiga. Cuando los recibe se sienta en esa esquina del barrio y los clientes comienzan a llegar solos. Llueva, truene, granice o salga el sol. Miguel vende diarios de lunes a lunes. Justo en la vereda de un almacén, donde se cobija cuando las inclemencias del tiempo así lo requieren. Como retribución, todas las mañanas cuida el pan que trae el panadero que abastece al negocio, hasta que algunas horas más tarde se abren las puertas de ese comercio barrial. “Una mano lava a la otra”, dice sonriente.

Así como todos los que trabajamos en El Tribuno no lo hacemos hoy, porque mañana el diario no sale, él también tendrá su jornada de descanso.

Miguel vende muchos diarios por día. Ayer, cerca del mediodía, solo le quedaban dos. “La gente los lee mucho a ustedes”, nos dice.

Ayer, antes de la despedida, le deseamos un feliz día. Se ofende jocoso. Piensa que el saludo es por el Día del Animal. Luego deja una reflexión: “Trabajo hay. Hay que buscarlo. Siempre hay una salida. Siempre se puede avanzar”, dijo.

Federico, barrendero

Su tarea es mantener bien limpias las calles de la zona que le tocan, dependiendo del día. Federico tiene 6 hijos y hasta es abuelo. Un abuelo de 35 años. Es que a los 15 fue papá por primera vez. “Tengo cuatro chinas y dos changos”, dice. Su hijo más chiquito tiene cuatro meses. El nietito, 15 días.

“Mi trabajo es un trabajo como cualquiera. Yo no elegí esto pero lo hago de la mejor manera que puedo y contento, de tenerlo y de poder vivir con el sueldo que tengo”, dice Federico, que vive en el barrio La Rivera. “Yo pasé un montón de cosas, no siempre estuve empleado, también vendí productos en la calle y me las tuve que rebuscar, pero gracias a Dios hace ocho años que estoy acá y estoy bien”.

Federico, como Miguel, también fue vendedor de diarios. Además, vendió frutas y verduras, fue vendedor ambulante y preventista. Luego le llegó este trabajo y piensa quedarse en él mientras se pueda. “Trabajo hay. Mi consejo es que la gente busque qué hacer y que trate de hacerlo siempre lo mejor que pueda”, remató.

Elsa Mamaní, cocinera

Desde jovencita supo que quería dedicarse a la cocina. Elsa Mamaní va a cumplir 60 años y hace 28 que cocinar se convirtió en su trabajo. Un trabajo que quiere mucho y que le da grandes satisfacciones cada vez que algún comensal le dice que la comida está rica o, desde la mesa, le guiña un ojo o le levanta el pulgar.

Aprendió a cocinar porque era la típica hermana mayor que debía cuidar a sus hermanos mientras los papás trabajaban. Pero jamás renegó de eso. Al contrario, porque siempre disfrutó de preparar cosas ricas en la cocina.

Claro que no es lo mismo cocinar para ella y sus hermanos, que para todo un salón, repleto de comensales.

“Me gusta mucho trabajar”, afirma Elsita. Dice también que no tiene una especialidad y que a todo lo que cocina trata de ponerle el mismo empeño, para que salga bien y todos lo disfruten. Ese es su secreto. El condimento especial de sus recetas es el cariño que le pone a su trabajo. Quienes trabajamos en El Tribuno lo confirmamos en cada almuerzo o en cada cena porque ella es una de las cocineras del buffet de la planta editorial. A Elsita, especialmente, ­feliz día!.

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