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Que una actividad sea ilegal no significa que sea ilegítima. Al revés, que algo sea legal no significa que sea legítimo. Las buenas y las malas acciones pueden ser a la vez legales y a la vez ilegales, ya que las leyes son tan falibles como quienes las crean: los seres humanos.
Por ejemplo, hoy es legal el amparo del Estado a un monopolio (Saeta), pero es ilegal trabajar o construir tu casa sin “obtener permiso” y pagar derechos y concesiones.
El problema de los bagayeros es el mismo problema de toda la humanidad durante toda la historia: alguien (el Estado), mediante el uso de la violencia (Gendarmería), solicitada por los alcahuetes (AFIP) les ha prohibido trabajar, con la excusa de proteger la industria nacional (los grandes empresarios que pagan derechos y concesiones para que los “protejan”) y con la excusa también de la solidaridad. Es obligatorio que un pobre o indigente sea solidario, que contribuya al financiamiento de jubilaciones cuyo monto él no se atreve siquiera a soñar, que financie el acceso a la salud que él no tiene, que aporte a la educación universitaria cuando él no tiene siquiera la primaria, que financie a los sindicatos aunque no haya uno de desocupados, que pague los sueldos a aquellos que se dedican a “planificar” y que luego le prohíben que construya su casa. Debemos imaginar el sentimiento de esta persona al ver a un funcionario (cuyo estómago llenó con los impuestos a la yerba que él pagó por tomarse un mate, o la coima que él tuvo que pagar para coquear un día), cantando el himno “Libertad, Libertad, Libertad”, “Ved el trono a la noble igualdad”.
Por eso, me saco el sombrero ante los bagayeros que dijeron “basta”. Oigo el ruido de rotas cadenas. Ese es el gran pueblo argentino. Lamentemos sólo que aún alguien deba “con gloria morir”.
Erik Larsen
Ciudad