Mientras por aquí todavía se sigue hablando del Bicentenario de la Batalla de Salta, hace 200 años, Belgrano hacía rato que habían abandonado nuestra ciudad tratando de llevar la revolución al Alto Perú.
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Mientras por aquí todavía se sigue hablando del Bicentenario de la Batalla de Salta, hace 200 años, Belgrano hacía rato que habían abandonado nuestra ciudad tratando de llevar la revolución al Alto Perú.
Ningún historiador da fecha precisa sobre el día que el Ejército del Norte abandonó Salta, pero la mayoría coincide que lo hizo a mediado de abril.
Recordemos que al día siguiente de la victoria, los realistas se rindieron y entregaron sus armas en una ceremonia que se llevó a cabo en las afuera de la ciudad, predio que actualmente ocupa la Plaza Belgrano.
Luego de la rendición, Pío Tristán y sus huestes comenzaron a abandonar la ciudad rumbo a Tupiza. Tres días les llevó esta maniobra.
Una semana después, más precisamente el 27 de febrero, Belgrano recibió una propuesta de armisticio por parte de Goyeneche que estaba en Potosí. Le pidió suspender las hostilidades por 40 días a lo que el vencedor de Tucumán y Salta contestó afirmativamente. Sin duda, fue una decisión polémica a punto tal que hasta hoy los historiadores polemizan sobre el tema. Además, el gobierno de Buenos Aires rechazó el armisticio el 19 de marzo de 1813 e instó a Belgrano que de inmediato avanzara hacia el Alto Perú.
Estadía en Salta
Pese a la orden del gobierno Belgrano se queda en Salta hasta mediados de abril. “¿Cómo lanzarme montaña arriba -dice- como me exigían, si tenía pocos efectivos y una tropa debilitada por el paludismo; material maltrecho y escasas cabezas de ganado? ¿Cómo ir hacia el Alto Perú si aún los ríos y los arroyos están crecidos e infranqueables?” Sobre la situación de su tropa Belgrano escribe: “Cómo avanzar sin el dinero necesario para emprender una campaña sobre un país pobre en que es preciso pagarlo todo. Por milagro continuando de la Providencia subsiste la tropa impaga y contenta con buenas cuentas ridículas. Después de la acción (Batalla de Salta), en estos días he dado a los soldados 4 pesos, a los cabos 5 y a los sargentos 6, rebajando sus sueldos a todos los oficiales, de comandante abajo”.
Entonces ¿cómo no aceptar el armisticio propuesto por el enemigo? Sobre esto Mitre dice: “Resulta difícil decir con entera justicia si el General en Jefe (Belgrano) pudo operar o no como aconsejan los críticos”.
Rumbo a Jujuy
Así y todo, Belgrano y su ejército parten de Salta a mediado de abril. “La ciudad -cuenta Paz- despide a las tropas con cariño y grandes esperanzas. Las fuerzas latentes del pueblo de Salta se confunden en el grito de adiós; grito de la tierra, cuya voz vibrante de emoción saluda a la vanguardia primero.... Y el desgarrón de la partida se siente una y otra vez cuando los cuerpos van saliendo a intervalo de días para ir a reunirse todo el Ejército el 21 de abril en Jujuy”.
En San Salvador, Belgrano enfermó y permaneció en cama desde el 21 de abril hasta el 3 de mayo. Postrado esbozó su plan de acción y lo remitió a Buenos Aires, pues enfermo y todo está decidido a cumplir las órdenes del gobierno.
Los perjuros de Salta y el
germen de la insurrección
A todo esto los derrotados en Salta llegaron a Sepulturas el 21 de marzo, un villorio próximo a Oruro. Allí fueron recibidos por Goyeneche quien los reunió para arengarlos con una verba inflamada y elocuente. En esa conversa los incitó a retomar las armas contra los patriotas explicándoles que ya no serían perjuros, pues el arzobispo de Charcas y el obispo de La Paz, los había absuelto del juramento hecho en Salta. Pero para la mayoría de los juramentados, ni la oratoria apasionada de Goyeneche ni las promesas de los curas, alcanzaron para convencerlos de que faltaran a la palabra.
Solo siete oficiales y 300 soldados de los 2.600 que eran, aceptaron ser perjuros e integrara el Escuadrón de la Muerte; el resto, siguió camino a sus casas en La Paz, Puno, Cuzco, Arequipa y otros rincones del Alto Perú. En ese largo caminar los hombres contaron sus pesares vividos en Tucumán y Salta, mientras sembraban el germen de la insurrección. Pero Goyeneche, jefe y primo de Pío Tristán, no estaba satisfecho con el curso que había tomado la guerra.
La derrota en Salta lo había afectado tanto que elevó al Virrey Abascal su solicitud de retiro. Para colmo de males, se hablaba que un ejército de unos 6 mil soldados patriotas marchaban sobre el Alto Perú. El virrey del Perú trató de reemplazar a Goyeneche pero el primer intento fracasó cuando don Juan Henesterosa pidió refuerzos que Abascal no pudo satisfacer. Ante esto, el virrey optó por el brigadier Joaquín de la Pezuela, momentáneamente en el Callao, quien aceptó el ofrecimiento.
Pero Goyeneche, no esperó más y se alejó de Oruro y del ejército, el 22 de mayo de 1813. Se dice que apuró los trámites porque Tristán le había aconsejado que pronto pusiese a salvo su pellejo. Y así lo hizo. Se retiró dejando las tro pas bajo el mando interino del brigadier Juan Ramírez.