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Sergio, el chofer mutilado en un asalto, cuenta su difícil vida

Jueves, 11 de julio de 2013 20:53

Sergio Mario Osvaldo Salinas tiene una fuerza que devela demasiada experiencia para sus 32 años. De espíritu altruista y generoso, este chango nació el 4 de octubre de 1981 en Salta y debió madurar con premura. A los 13 ya pateaba la calle buscando el pan para sus hermanos. La mamá acababa de morir y el papá abandonó el hogar. “No tuvo valor para afrontar las responsabilidades. Eramos seis chicos y no estaba la mamá”, dice con amor, sin resentimientos. Y es lo que asombra. Como asombra y conmueve su temple en este trágico momento. Dos malvivientes subieron al 8, el colectivo que manejaba el 3 de julio pasado, y sin piedad lo asaltaron y le cortaron el dedo índice de la mano derecha, inaugurando una triste estadística de modalidad delictiva en Salta.

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Sergio Mario Osvaldo Salinas tiene una fuerza que devela demasiada experiencia para sus 32 años. De espíritu altruista y generoso, este chango nació el 4 de octubre de 1981 en Salta y debió madurar con premura. A los 13 ya pateaba la calle buscando el pan para sus hermanos. La mamá acababa de morir y el papá abandonó el hogar. “No tuvo valor para afrontar las responsabilidades. Eramos seis chicos y no estaba la mamá”, dice con amor, sin resentimientos. Y es lo que asombra. Como asombra y conmueve su temple en este trágico momento. Dos malvivientes subieron al 8, el colectivo que manejaba el 3 de julio pasado, y sin piedad lo asaltaron y le cortaron el dedo índice de la mano derecha, inaugurando una triste estadística de modalidad delictiva en Salta.

Malherido, mutilado, este joven quebrado por la desgracia que le causó la inseguridad, dice: “Estoy muy mal ahora, no puedo ni mirarme la mano. Me siento deprimido, no quiero hablar de lo que pasó porque revivo algo terrible”. Sin embargo se atreve a pensar: “Soy fuerte, soy una persona que ha perdido la infancia y eso ni se compara con perder el dedo. Aunque estoy muy mal ahora, necesito tiempo para procesar”.

Vienen a acariciarlo los versos de Almafuerte: “Si te postran diez veces, te levantas / otras diez, otras cien, otras quinientas:/ no han de ser tus caídas tan violentas / ni tampoco, por ley, han de ser tantas...”

Y Sergio (que se llama así como su hermano mayor y su papá), sabe de caídas, por eso se anima a contar la historia de un niño hombre que nunca perdió (ni ahora) la capacidad de amar y perdonar. “Estudié en la escuela República Argentina y en la Normal. No seguí los estudios porque tuve una vida mala. A los 13 años salí a trabajar porque murió mi mamá que se llamaba Gloria del Milagro, y en el "98 mi papá abandonó el hogar, bajó los brazos y se fue. Eramos seis hermanos, yo el tercero, y me tuve que hacer cargo de los más chicos y de mi hermana mayor que era mamá soltera. Los que me conocen saben que siempre he puesto el hombro. Trabajé de changarín en la terminal, fui lustrabotas, después fui maletero en El Indio hasta que quedé como boletero. Todo me lo fui ganando por derecha, conozco la calle de memoria, pero bien, nunca me drogué ni robé”.

Y de pronto el diálogo se puebla de nostalgias: “Cuando vivía mi mamá, yo vendía rejillas y trapos de piso porque ellos (por sus padres) habían hipotecado la casa para comprar una máquina telar. Después no conseguían insumos y no podían producir para pagar la deuda y la casa se fue a remate. Fue tremendo, pero nos ayudó a salvarla el padre Rosas. Mi papá era electricista y siempre colaboraron con él por ese gran favor”.

Desde el fondo de sus ojos, y de su alma, un suspiro profundo acompaña estas palabras: “Cuando nos quedamos sin madre ni padre, tuve que cerrar los ojos, abrir el corazón y salir a la calle. Yo soñaba con ser médico pero mis hermanos estaban antes y no me arrepiento porque hice todo bien con ellos”.

Ellos, los hermanos de Sergio Mario, están envueltos en la ira por lo que le pasó a su protector. “No me dejan solo, me cuidan, me demuestran lo importante que soy para ellos. Eso está bueno”, se consuela.

En las idas y vueltas de su vida, ya casado con Cintia y con tres hijos de 11, 9 y 2 años, Sergio se reencontró con su papá un día de 2010. “Lo busqué por cielo y tierra a mi viejo, siempre lo necesité. Para mí es lo más grande que hay, con él aprendí muchas cosas. Mis hermanos y yo somos decentes y a alguien hemos salido así. El día que me habló se me aflojó todo. Lloré de bronca y de amor. Me explicó que no tuvo huevos para protegernos. Lo escuché con recelo por todo lo que tuve que hacer para llenar el espacio que dejó vacío, pero lo perdoné porque es mi viejo y lo amo”.

Después de este dulce momento la vida le convidó hiel de nuevo. “Mi hermana murió en 2011 y dejó dos chiquitos. Fue un golpe tremendo”.

Desde 2007 Sergio maneja colectivos de la línea 8. Después del asalto feroz que mutiló su cuerpo, confiesa: “tengo pesadillas, estoy inquieto, a las 3 de la mañana ya no puedo dormir. Lo que reprocho es que el 911 nunca llegó. Yo creo que podría haber salvado mi dedo y que los hubieran agarrado a los dos delincuentes que estaban pasados de vuelta, con olor a poxirrán. Pero el sistema no funciona: el botón antipánico, la pantalla, el gps, el 911, está todo descoordinado y eso me costó mucho más que un dedo. Siento impotencia de saber que los policías no saben cómo actuar con una parte amputada, ni la ambulancia puso en hielo mi dedo, cuando es algo básico”.

Asegura: “Hoy tengo miedo de todo, estoy impresionado. Por eso me voy a tratar con psicólogos porque mi familia necesita que trabaje”.

Y Almafuerte vuelve como un fantasma a coronar su valor: “No te des por vencido, ni aun vencido, / no te sientas esclavo, ni aun esclavo;/ tré mulo de pavor, piénsate bravo, / y arremete feroz, ya mal herido.”

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