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La triste celebridad de Rodrigo

Domingo, 26 de enero de 2014 01:34
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Cuando el 2 de junio de 1975 Celestino Rodrigo tomó el subterráneo para trasladarse a jurar como ministro de Economía no imaginó la brevedad ni el furor de su ciclo. Por ese entonces la Argentina padecía graves conflictos políticos, económicos y sociales. La muerte del general Perón había acelerado el fin del Pacto Social que el líder, con la intención de moderar los conflictos distributivos, había impuesto a la CGT y a los empresarios. Para colmo, la crisis mundial del petróleo, el oportunismo de los actores sociales y la izquierda sindical oponiéndose al Pacto Social incentivaron la acumulación de enormes desequilibrios, agravados por el accionar del terrorismo.

En realidad, Rodrigo había heredado una situación económica explosiva. Su antecesor en el cargo, Alfredo Gómez Morales acertó cuando dijo: “Esto así, no dura”. A su vez, el escenario político aparecía encrespado por el accionar de José López Rega, resistido por la mayoría de los sindicatos adheridos a la CGT, algunos de los cuales actuaban en oscura sintonía con líderes militares. En el ámbito empresario, los apoyos al Gobierno de Isabel Perón tendían a la insignificancia, si se descuenta a los beneficiarios de los subsidios y favores que dispensaba el Estado. Mientras tanto, en un segundo plano, militares, políticos, terroristas, patronales y sindicalistas convergían en un todavía difuso proyecto golpista.

En el terreno estrictamente económico, hacia junio de 1975 los argentinos soportaban una elevada inflación y desabastecimientos. Exportadores e importadores sufrían las incertidumbres cambiarias. El déficit público y la emisión monetaria escapaban al control de las autoridades. La productividad del trabajo caía en picada y otro tanto sucedía con el precio de las exportaciones argentinas.

Fue así como el ministro Rodrigo, de la noche a la mañana, devaluó drásticamente el peso (el dólar que valía $15, pasó a valer $30), aumentó el 100% las tarifas de los servicios públicos y el 200% el precio de la nafta. Pero las medidas de ajuste no lograron resolver los problemas: por lo pronto, la inflación anual trepó del 74,2% al 954%, los precios de importación subieron un 30% y cayó el valor de nuestras exportaciones; la desocupación se duplicó vertiginosamente (Di Tella 1983).

En paralelo, la Presidenta de la República experimentaba la licuación de su poder arbitral y ejecutivo; una situación que el peronismo político intentó paliar con la elección de Italo Luder como presidente provisional del Senado. 

A casi 40 años del Rodrigazo es fácil concluir que quienes entonces detentaban el poder del Estado sobrevaloraron su fuerza o, lo que es casi lo mismo, despreciaron la fuerza de adversarios y damnificados y desconocieron su capacidad de articular coaliciones defensivas, oportunistas y perversas.
Así las cosas, fue en el terreno de la negociación salarial (paritarias) en donde se selló la muerte del “plan Rodrigo” y, de paso, se reforzaron las condiciones que, meses más tarde, habrían de facilitar el golpe militar que instauró una feroz dictadura (Torre - 1983).

La crisis de Cristina 

Como es evidente, la situación económica actual presenta algunas similitudes con la existente en 1975: alta inflación, déficit fiscal y comercial, deterioro del empleo, caída de las reservas, tensiones en el mercado cambiario. Pero hay un dato central que diferencia a los dos períodos considerados: me refiero a la evolución de los términos internacionales de intercambio (TII), hoy favorables a la Argentina.
Donde las distancias son abismales es en el ámbito estrictamente político: golpismo y terrorismo han desaparecido, afortunadamente, de nuestro horizonte. Si bien tras las pasadas elecciones la presidenta Cristina Fernández de Kirchner retrocedió, conserva suficiente poder como para obtener la aprobación de las leyes que decida promover. 

Si bien no ha definido aún un imprescindible plan económico integral, todo parece indicar que la Presidenta, venciendo cepos ideológicos, ha decidido abordar los problemas más urgentes que amenazan con colapsar la economía colocando a los argentinos al borde del caos. Ha comenzado por un aspecto inesperado (la política cambiaria), y lo ha hecho -tal y como el precedente Rodrigo- sin consultas, sin debate y sin precisiones. 

Quedan, por supuesto, varias incógnitas y muchas lagunas: ¿Cómo resolverá los problemas energético y de infraestructuras? ¿Reforzará el unitarismo o girará hacia medidas federales? ¿Querrá y podrá frenar la inflación? ¿Resolverá las querellas con el resto del mundo?

Los interrogantes

Pero, la cuestión central, ahora como en 1975, es cómo responderán los trabajadores y sus sindicatos frente a las consecuencias desfavorables que, en términos de empleo y salarios, tendrán las medidas económicas orientadas a reparar los desastres del populismo. Una gran coalición de centrales obreras, con el acicate de las comisiones internas en manos de la izquierda, bien podría (como ocurrió en 1975, y muy bien explica Torre en un libro que Kicillof debería leer) terminar con las tardías, incompletas y contradictorias ilusiones reformistas de la Presidenta.

 

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