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El Tucho, así lo llaman sus amigos, conocidos y familiares, es el salteño que más veces cubrió un Mundial. Pero en serio. “Hoy puede ir cualquiera, pero ya no tenés tantos accesos y si no estás acreditado terminás haciendo notitas en las esquinas con los hinchas”,dice.
Flanqueado por su amada hija Abril, y bajo la atenta mirada de su esposa Reina, Tadeo (muy pocos lo conocen por su nombre de pila), inició una catarata de relatos y de anécdotas de los cuatro mundiales que cubrió para El Tribuno: Argentina 78; México 86, Estados Unidos 94 y Sudáfrica 2010.
“En el 78 aprendí lo que es una organización FIFA. Ser el corresponsal de la revista Goles me permitió tener contactos como para estar un poco a la altura de la prensa mundial”.
Con Menotti, gracias al Gitano: “En Rosario le hicimos un planteo a César Menotti, le reclamamos que atendía más a la prensa internacional o de Buenos Aires; le recordamos que él era hombre del interior y que debía atendernos mejor. De todos modos, conmigo tuvo buena onda porque él había sido compañero del Gitano Juárez, quien había jugado en Juventud Antoniana. Cuando fui a Rosario, el Gitano nos hizo el contacto”.
El abrazo del alma: “Yo estaba en el campo de juego, hacía un frío de la ‘p... madre’. Ahí fue la primera vez que se me puso la piel de gallina porque Kempes se llevó a todos los holandeses por delante. Se llevó lo puesto hasta al arquero. Cuando terminó el partido entro a la cancha y veo a Tarantini abrazado a Fillol, arrodillados, y vi a ese tipo, sin brazos, que se arrodilló al lado de ellos como para abrazarlos; el famoso abrazo del alma. En ese momento no había cámaras digitales; yo miraba sin creerlo, sin reacción. Cada vez que veo esa foto, recuerdo que yo estaba ahí, a metros. Eso me impactó. Después, cuando quise acercarme, Fillol salió corriendo a seguir festejando. Claro, eran campeones del mundo, qué se iba a detener por una nota”.
Con Havelange, en el Sheraton: “Sabíamos que Havelange (presidente de la FIFA en ese momento) había llegado a Argentina, entonces fuimos al hotel Sheraton con el fotógrafo. Eran las 11 de la mañana y Havelange se había ido a almorzar a San Isidro. Volvimos a las 13 y nada, a las 14, y nada, a las 15 y nada. La nota la había pedido (Roberto) Romero; a las 17, para una limusina y le digo al fotógrafo: ‘Cuando Havelange entre yo voy a hacer como que me estoy saliendo, lo voy a cruzar y le voy a dar la mano. No sé cuantos segundos tendrás para sacar la foto, pero sino Romero ‘nos mata’ (se ríe a carcajadas). Y así fue. Havelange me saluda y le digo: ‘Soy argentino, del interior’; le pregunté por San Isidro y me dijo, “muito bom” (muy bonito), y siguió caminando, no se detuvo y yo por detrás hasta que sus guardaespaldas me detuvieron”.
“Andá negro, averiguá”: “En México vi el mejor mundial. Estuve 45 días porque hice un ‘raid’ que comenzó con el amistoso que jugó Argentina en Barranquilla. Bilardo estaba peleado con algunos medios de Buenos Aires y en Cuenca, donde enfrentamos a Uruguay en los octavos, no quería dar el equipo. Pero en México estaba Gustavo Díaz, que era presidente de Gimnasia y Tiro, era amigo de Grondona y había viajado con nosotros. Por intermedio de él, Díaz me filtraba información y yo les pasaba el equipo a los de Buenos Aires y no me creían. Al otro día fue esa la formación y de ahí me mandaban, ‘andá negro, averiguá’, me decía Ernesto Muñiz, por ejemplo, que era jefe de la Nación”.
Maradona, sublime: “Por segunda vez se me pone la piel de gallina. Uno puede ser periodista, imparcial, pero hay hechos que rebasan, como esa jugada que armó Diego contra los ingleses. Yo estaba ahí, en los pupitres y si lo de Kempes impactó, lo de Maradona fue sublime. Me sentí como una abeja adentro de una colmena. Eran cien mil murmullos. Era imposible hacer ese gol. Fue lo más grande que viví en el periodismo, haberlo vivido ahí”.
La anécdota con Passarella: “Passarella queda descartado porque se desgarra. Y no quiso hablar con nadie. Estábamos en las puertas del club América esperando que los jugadores nos atiendan. Para un taxi y baja el papá de Pasarella, con el padrino de Passarella, ¿quién era?, el tucumano Hernández, que fue técnico de Juventud Antoniana. Después, adentro del predio, los periodistas, sabiendo lo que era Passarella, ni se acercaban. Estábamos en una tribunita y yo me acerqué. El tucumano me ve y me hace pasar al campo de juego. Le dice a Daniel que yo era un amigo, que le había dado una gran mano en Salta. Passarella me saludó y ahí nomás le aclaré que no iba a hacerle ninguna nota porque sabía que no estaba bien. Cuando Argentina sale campeón, los periodistas nos metemos en avalancha a los vestuarios. Por un pasillo aparece Passarella, apurado, y le digo: ‘¡Daniel!’, me vuelve a saludar y me dice: ‘vine a saludar a los muchachos, pero no me siento campeón’. Y salió corriendo. Eso me bastó para una nota”.
La anécdota con Basile: “Ya había otra generación. Pepe Jiménez era el presidente de Gimnasia y Tiro que estaba en primera división, y viajó como presidente de la delegación de la Selección. Un día le dice al Coco Basile: atendelo bien que él es de El Tribuno de Salta. Basile me mira y me dice con esa voz gruesa: ‘¿Alguna vez te atendí mal?’. ‘No, nada que ver’, respondí. En todas las selecciones había tipos jodidos, pero esa del 94 tenía jugadores más accesibles”.
Dos pícaros en Boston: “Para viajar a Estados Unidos hicimos un curso de tres meses con Richard Magna, quien fue como fotógrafo del diario. Cuando llegamos a Boston había que pagar un taxi. El tachero estaba masticando tabaco y Richard le pregunta ‘how much’ (¿cuánto es?) y responde entre dientes, pero no le entendimos nada, hasta que repitió ‘twenty four’. Ahí nos dimos cuenta de que éramos dos pícaros salteños en Boston. Ahí hicimos una buena banda con Mario Candioti, jefe en la capital de Rosario, y con Pepe Segura, jefe de La Voz del Interior”.
“Así de chiquitita”: “En un entrenamiento, después de la goleada a Grecia, Maradona estaba por atender a la prensa, esperaba que se junten todos los periodistas y en eso recibe una nota del conserje del hotel, la hizo un bollito y se puso hacer jueguitos, todos lo mirábamos, cuando terminó la agarró y dijo: así la voy a dejar, chiquita. Y la dejó chiquita contra Nigeria”.
La imagen de la enfermera: “Así como impactó lo del abrazo del alma, me quedó en la retina esa enfermera que lo tomó de la mano para salir de la cancha. En ese momento era una cosa normal. Después armamos las valijas y nos fuimos a Dallas. Yo era corresponsal de Solo Fútbol y al otro día en el centro de prensa, el jefe de esa revista me dice: ‘Te enteraste la última, parece que un jugador argentino dio positivo. Y ahí recordás la imagen de la enfermera. Llamo al diario, pedí todos los cables sobre Maradona, y no había nada. Advertí que paren todo por lo que podía venir. Media hora después la noticia dio vuelta el mundo”.
Con Maradona, en Hollywood: “Después del dopping y de que Argentina quedara eliminado, lo crucé a Maradona en los estudios Universal de Hollywood. Nosotros fuimos a conocer y a despedirnos de Los Angeles. Ahí lo vemos, con las hijas y le dije a Richard, prepará la máquina, fue el mismo caso de Havelange, ‘no sé cuantos segundos puedo estar con Maradona’, le dije. Iba con un guardia por delante y le grito, ¡Diego, cuándo te volvés! Ahí lo ve al fotógrafo y dijo: ‘No quiero fotos, no quiero notas’; y vinieron tres guardaespaldas a alejarnos y les dije: ‘Solo queremos saber cuándo te volvés’. ‘Mañana, pero no quiero notas’, repitió y se fue. A todo esto Richard le sacó cinco fotos y armé la nota con esa sola frase.
Fue otra experiencia: “Cambian las reglas. Aparte ya estaba instalada la influencia maradoniana. En Alemania 2006 yo ya había visto que las notas se las hacía en zonas mixtas, un recorrido que va desde el vestuario hasta el micro, por donde salían los jugadores; y el que quería se paraba, el que no, seguía de largo. En Sudáfrica se paraban Verón, Bolatti, Palermo. Eran los más predispuestos. El resto pasaba volando y Messi nunca pasó por la zona mixta. El ya estaba sentado en el micro. Maradona hacía lo mismo”.
Solo quince minutos: “En la concentración, en Pretoria, la Selección salía al campo de juego para entrenar y Maradona nos daba solo quince minutos para filmar o sacar fotos. Después nos sacaban. Y a la conferencia de prensa mandaba a dos jugadores por día; a veces mandaba a dos que ni jugaban. ¿Por qué hacía eso?, como para que Toti Pasman (el periodista que tuvo un altercado con Maradona) no le pregunte lo que él consideraba como boludeces. A Messi lo sacó una sola vez en todo el Mundial. Tal vez era Messi el que no quería salir a hablar. Pero para hacerle una nota había que arriesgarse a que nos metan presos o a perder la credencial.
Una vez fuimos con Rubén Eizaguirre, de Los Nocheros, a la concentración. Les llevó 30 CD, uno para cada integrante del plantel. Pero vino un coordinador y le pidió que se lo dejáramos a él, que Maradona después lo iba a llamar. Rubén dejó los CD y lógicamente, nunca lo llamó”.
La historia del poncho: “En este Mundial estuve con Pablo Pandolfi y con el Chino Aparicio. Fue Pablo el que le tiró el poncho desde la tribuna y le gritó: ‘Soy de Salta’. Diego lo levantó del suelo y se lo puso. Pero no había otra forma de llegarle. Con Maradona siempre fue difícil hablar. Ya en México 86, como jugaba en el Napoli, se hacía el pesado. En ese Mundial hubo prensa de Italia que seguía solamente a Maradona. Yo pude hacerle una nota en Estados Unidos, pero siempre fue difícil hablar con él; además él tenía un entorno que tampoco te lo permitía”.