inicia sesión o regístrate.
Ya no hay miedos que valgan. Ya no hay nada que pueda desconcentrar a la Selección. Ni la afirmación fuera de tiempo y lugar, desubicada e innecesaria del representante de Alejandro Sabella (“se va, pase lo que pase”, dijo ayer), ni la propia selección de Alemamia que asoma arrolladora como esos tanques de la era nefasta de Hitler.
Andá a sacarle las ganas que tiene Mascherano de levantar la Copa. Será como intentar arrebatarle la pierna de un ciervo caído a un león. Andá a decirle al Papa que no le vuelva a guiñar el ojo a Tata Dios. Y veamos el bosque más allá del árbol, entonces no sabremos cuál es el verdadero equipo de Löw: el que le metió cuatro a Portugal o el que empató con Ghana (2-2) en la primera fase. El que demolió a Brasil con siete goles o el que se colgó del travesaño después de embocar en el arco francés. Ni una cosa ni la otra.
Son buenos, no podemos negarlo, pero tampoco es para meternos en la trinchera antes de tiempo. “Es preocupación”, dicen los que disfrazan el susto. Pero Alemania también debe estar preocupada. Porque Argentina es Argentina. Porque vieron que cuando se acabaron las técnicas, las individualidades y las piernas, florece el corazón. Porque Argentina tiene a Messi, tiene un Angel y varias “manos de Dios”.