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Un grito sagrado que se hizo esperar

Domingo, 06 de julio de 2014 12:42
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Era una mochila pesada, agobiante, que dejó surcos en nuestra espalda y llagas en el corazón. Pero afortunadamente, los guerreros de celeste y blanco dieron el golpe que nos hizo dejarla de lado. Se la sacaron de encima con ímpetu y determinación y rompieron las cadenas de una opresión que llevábamos encima desde hace 24 años. Parte de la catártica liberación escapó de las gargantas de 40 millones de argentinos tras el golazo madrugador del Pipita Higuaín y terminó de salir como torrente con el pitazo final de un Nicola Rizzoli que alargó nuestra agonía con un excesivo descuento.

El hecho de haber liberado una tensión de 24 años sin ganar una llave de cuartos de final y meternos entre los cuatro custodios del máximo olimpo mundial ahora nos permite soñar en grande y pedimos más. Creemos que no solo conseguimos burlar un capricho del destino y una barrera estadística que nos predisponía psicológicamente y nos llevó a acostumbrarnos a las desilusiones. Más que eso. También intentamos convencernos de que este hito logrado será el punto de partida para el renacimiento de una nueva era que nos tendrá como protagonistas, más allá de la opaquez sin brillo, de la estrechez y de la escasa aparición de un Lío Messi que esta vez se corrió del rol de protagonista y salvador para que el equipo se luzca como un todo, colectivo e integrado.

24 años y 5 días transcurrieron desde aquel lejano 30 de junio de 1990 en el que eliminábamos a los balcánicos con un tinte más angustiante, luego de 120 minutos netos de juego y penales y con ribetes de sufrimiento que se asemejan más a la reciente victoria ante Suiza en el alargue. Aquella vez la ciudad italiana de Florencia fue testigo de la llave victoriosa de la Albiceleste. Esta vez nos abrazó el sol de Brasilia. En antaño fueron las manos de Sergio Goycochea las que nos salvaron; y en esta ocasión fue la “bomba” cruzada de un Higuaín genial que pudo saciar su sed y jugó un partido a su talla.

Sin embargo, hay similitudes entre aquel lejano pase a semis y éste: se jugó un sábado, era mediodía en Argentina y nuestro gran astro dilapidaba un gol que nos mantenía en vilo (Maradona marraba su penal contra el yugoslavo Ivkovic, así como Messi desperdició el mano a mano del final contra Courtois, su gran verdugo). 

El guerrero que más lo necesitaba

Lo necesitaba más que nadie. Más que Messi. Más que cualquiera. Como todo goleador, las rachas lo incomodan, lo fastidian y lo turban. Es un depredador voraz que necesita saciar su hambre feroz para ganar confianza, para volver a ser él mismo, para renovarse y reinventarse. Y lo hizo. Gonzalo Higuaín no solo marcó el gol clave de la victoria que le valió a la Argentina el ansiado e histórico pasaje a la semifinal del Mundial, sino que también sobresalió por el resto y fue la figura. Por actitud, optimismo y por esa genial maniobra individual con ribetes maradonianos con la que se despachó en el segundo tiempo, para apilar rivales en el camino y hacer temblar el travesaño de Courtois, el lungo y pedante arquero que sacaba “chapa” de obnubilar al “10”, pero que se olvidó del “9”. 

Higuaín se dio el lujo de eclipsar hasta a la Pulga, que esta vez se corrió de la escena para que otros se luzcan. Porque hizo lo que le faltaba, pese a que su trabajo en las batallas anteriores no lució por ser ingrato su oficio de goleador. Su reaparición en la red es el síntoma más positivo para un grupo que perdió y perderá demasiado con dos de sus cracks lesionados.

Buenos recuerdos

Bélgica es un rival que remite a sublimes recuerdos mundialistas y a aquella corrida magistral de Diego Maradona tras dar rienda suelta a su endiablada gambeta, para marcar el segundo gol de un recordado doblete en la semifinal de México 86. En el otro antecedente por mundiales, los europeos habían ganado 1 a 0 en el debut de España 82, donde Argentina defendía la  corona. 
 

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