inicia sesión o regístrate.
Laberintos humanos. Nadie se conforma
Tampoco era gran cosa el joven para pretender que le dedicara una sonrisa mejor que la mía, me dijo la joven. Hay gente demasiado creída, me dijo. Bueno, le dije, en todo caso tampoco le pidió que le sonriera. Eso es cierto, aceptó, sólo le dijo a la vendedora que le completara el vuelto con unas facturas.
Tal vez a él le gustara la vendedora de la panadería, sugerí. Es que hay quien no se conforma con lo que tiene, me dijo. Yo le daba mi sonrisa y él quería la de la vendedora, agregó. ¿Quién se cree que es ese tipo? Qué se yo, le dije, también las vendedoras de las panaderías tienen derecho al amor de ese muchacho.
Derecho, tiene derecho, me dijo, ¿pero que podía hacer yo con mi sonrisa? Dársela a alguien que la quiera, le dije. Y eso es lo que hice, pero resulta que el otro no me gustaba tanto. ¿Qué otro? El que venía detrás en la fila de la panadería, me dijo. De todos modos se la ofrecí sólo para despechar al primero.
No es un buen criterio para andar sonriendo, opiné. Es que algo debía hacer yo con mi sonrisa, me dijo. Vea, le sugerí. No todos los días son buenos para conseguir un amor. Eso es cierto, me dijo, y ese no era mi día. ¿Y qué hizo entonces?, le pregunté. Entonces regresé a mi casa para conformarme con el marido que me esperaba con el almuerzo y la televisión.
¿Pero usted es casada?, le pregunté. No pensará que una joven atractiva como yo iba a pasar la vida en soltería, me sorprendió. ¿Por qué será que los hombres creen que una es una pobre diabla sólo porque no aceptan nuestros coqueteos?