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Laberintos humanos. Rodeos

Lunes, 14 de diciembre de 2015 01:00
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Laberintos humanos. Rodeos

Recién se fue de casa cuando me confesó que era casada, como si por alguna razón eso fuera lo que me vino a decir. Hay gente que da un enorme rodeo para terminar diciendo aquello por lo que debió haber empezado, y que acaso era lo único importante. Lo único que quiere decirnos, me dijo el hombre que la miraba irse.
¿Por qué será que somos tan vuelteros?, le pregunté sospechando que algo debía saber del asunto, y el hombre me sonrió para responderme que no lo sabía en todos los casos, pero que en este se trataba de un venganza. Yo tampoco soy trigo limpio, me dijo con ganas más que evidentes de contarme sus suciedades.
Me veía venir que el buen señor empezaría por relatarme todas las infidelidades en cuya tentación había caído, y sabía que lo hacía porque ella me había terminado de contar las propias sólo para vengarse de él, que aún no me las había contado, así que le palmeé el hombro y le dije que bueno y me fui.
Caminé por la calle que baja del cerro y de mi barrio cuando escuché mi apellido en dos voces conocidas, me volví para saludarlos y, al alzar la mano, vi que Carla Cruz y el Varela apuraban el paso para darme alcance. Parece que anda apurado, me dijeron como si fuera una pregunta y les respondí que me alejaba de un cuento que coqueteaba peligrosamente con el mal gusto.
Hace bien, me dijo el Varela. Hay errores que son perdonables y otros que nos quedan en la piel por más que nos hayan perdonado, me dijo con ese tono que tiene la gente de campo para hacernos creer que dice cosas sabias.



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