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Laberintos humanos. La cartera de la princesa
La princesa empezaba a sospechar que el caballero era un necio, y que en todo caso no era tan atractivo como parecía en su coraza de hierro. Pero le gustaba esa promesa de comprarle vestidos en las mejores tiendas de París, y se le subió a la grupa, olvidada del dragón al que había jurado amar.
Pero el dragón no era tan olvidadizo como la princesa, al menos como esta princesa de la canción de la niña, y corrió ante el caballo del caballero para increparle que esa dama era suya por rapto y por amor, y que no iba a permitir que se la llevara contra la voluntad expresa de ella misma.
Ella que opine lo que quiera, le respondió el caballero, porque lo que yo obedezco es la orden del rey, su padre, quien me pidió que la rescatara y me ofreció por premio su mano, si es que cumplía. ¿Y para qué quiere su mano?, le preguntó el dragón aduciendo que, con ser una bella mano, no era lo más atractivo del cuerpo de la princesa de la canción de la niña.
Entonces el caballero, que se había cansado de discutir con un dragón y que sólo ansiaba casarse con la princesa, para de paso heredar el trono de su padre el rey, alzó su cruel espada para rebanarle al dragón la cabeza, que rodó por el suelo con la lengua afuera, y la niña siguió cantando su canción, subiendo por la Escalinata, y el estribillo decía que con la cabeza del dragón, la princesa se hizo una preciosa cartera.
Y así la perdimos a la niña de vista, y Carla Cruz, el Varela y yo seguimos andando, asombrados, por esa tarde tilcareña que se transformaba en noche.