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"Montonera, guerrillera, subversiva" eran los cargos que le imputaban por su participación política, no solo los uniformados que en ese momento la privaban de su libertad sino de muchos otros, mal llamados "compañeros" de doña Eva, una dirigente del justicialismo que comenzó su militancia siendo adolescente cuando trabajaba en un comercio de Tartagal de propiedad del exintendente Leandro Luis Vespa.
Otro de los militantes de ese momento era Tomás Ryan, cuyo nombre es conocido por las actuales generaciones solo porque un populoso barrio lleva su nombre pero desconocen del compromiso y las convicciones que movían a los jóvenes de ese entonces.
En los años más difíciles de la Argentina aún antes del golpe de 1976, el frente de la casa de doña Eva voló por una bomba que le colocaron para amedrentarla.
El 24 de marzo de 1976 Eva lloraba su destino como el de tantos argentinos.
Villa Las Rosas y Buenos Aires
Su primer lugar de detención fue la cárcel de Villa Las Rosas, donde permaneció alojada más de un año.
Durante su cautiverio dio a luz una niña a la que llamó María Eva, como para que no quedasen dudas de sus convicciones peronistas.
En Villa Las Rosas compartió con aquel puñado de mujeres que una noche trágica fueron ultimadas junto a otro grupo de jóvenes en la Masacre de Palomitas.
A las pocos meses de dar a luz fue trasladada a otra cárcel en la provincia de Buenos Aires.
Pero después de 3 años y tres meses recuperó la libertad y regresó a Tartagal en busca de su destino.
Recuerdos imborrables
Cuando pasaron 3 años y 3 meses, según lo recuerda, un día vino un guardiacárcel y me dijo "váyase, está libre".
Ya de regreso en Tartagal en 1983 una tarde "golpearon la puerta y salí a atender. Era don Roberto Romero. Me saludó muy amable y solo atiné a decirle: Señor Romero, qué hace visitando a una subversiva".
"Don Roberto entró a mi casa, charlamos un rato largo, lloré con los recuerdos y me dijo aferrándome fuerte la mano derecha: ¿Quéres ser diputada por el departamento San Martín? Yo soy el candidato a gobernador y vamos a ganar".
"No podía creer lo que me estaba ofreciendo y por supuesto, acepté porque siempre supe que la política sirve para hacer el bien".
Eva fue diputada provincial con el advenimiento de la democracia en 1983. Su hija María Eva, que nació durante su cautiverio, no había sido bautizada.
"Le pedí a Roberto Romero que sea padrino de María Eva; él aceptó gustoso porque era generoso en todo sentido. Siempre les enseño a los jóvenes que para recibir, primero hay que dar, sin mirar a quién", recuerda.
Otro mal momento
El 9 de febrero de 2009 Eva vivió otra situación de angustia y temor cuando la casa, que junto a sus padres construyó con tanto esfuerzo a pocos metros del cauce del río Tartagal, quedó cubierta de lodo cuando un aluvión se abatió sobre gran parte de la ciudad.
En aquella oportunidad fue ayudada por sus vecinos para salir del lugar pero perdió prácticamente todas sus pertenencias, aunque las paredes de su modesta casa en la que vive hace años soportaron la furia del alud.
"Aquí viví y aquí voy a morir porque esta casa está llena de recuerdos. Por suerte pudimos salvar el cuadro de la Eva y el General", dijo señalando un retrato que sigue colgado en la cabecera del comedor de su casa.
La mujer, ya mayor, recuerda con nostalgia la forma en que pagó con su libertad haberse dedicado a la política desde su juventud.
Ella, como tantos otros dirigentes jóvenes de la década del '70, pagó con su libertas y muchos pagaron con su vida, con la vida de sus parejas, con la vida de sus hijos, con la de sus nietos.