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Las travesuras de Muñeco, el perrobomba de Cerrillos | Relatos de Salta

Sabado, 09 de mayo de 2015 00:00
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Días pasados, los trabajadores municipales de Cerrillos reclamaban mejoras salariales. Como la repuesta oficial no los satisfizo, redoblaron la apuesta y, además de la huelga, organizaron ollas populares, marchas y cortes de calles mientras lanzaban bombas de estruendo mañana, tarde y noche.
Pero dado que la solución se retrasaba, con los días los explosivos comenzaron a escasear. Y, como en tiempos electorales, los candidatos obsequiosos abundan, una mañana el Chuqui, un aspirante a concejal, se acercó presuroso en su flamante coche hasta la reunión matinal de los huelguistas.
Estacionó frente al piquete y, con cara de hombre preocupado por los problemas de los trabajadores, bajó del auto, abrió el baúl y extrajo de las mechas un manojo de bombas de estruendo. "Estas son -dijo con voz altisonante- bombas de las buenas", mientras recibía hartos halagos, vivas y aplausos.
Y, como para que no queden dudas de la capacidad de las bombas, volvió a su coche y sacó un mortero bien morrudo. Cañón y bomba en manos, se adelantó y en medio de la calle plantó el mortero, introdujo la superbomba, sacó un brillante encendedor, hizo ­clic! y la mecha se encendió.
El dadivoso candidato retrocedió unos pasos para esperar el estruendoso desenlace. Lo que el generoso Chuqui no sabía es que Muñeco, un perro mestizo de regular tamaño, lo observaba atentamente agazapado detrás de los municipales.
Y así fue que, no bien Muñeco vislumbró la chispa del encendedor, salió hacia el mortero y cuando lo tuvo a tiro -con la mecha encendida ya- a la carrera le tiró un tarascón, atrapó el cañón y de inmediato comenzó girar mientras sacudía el lanzabomba como colcha vieja.
Ante los giros locos del perro, el desbande fue total. Algunos corrían gateando, otros a los saltos y, los más, se parapetaron tras los árboles. Mientras tanto, Muñeco seguía danzando y sacudiendo su cabeza hasta que de pronto la mecha se acabó.
Por la boca del cañón salió un refucilo y la superbomba dio de lleno en la puerta del coche del generoso Chuqui. El artefacto rebotó, viboreó humeante y se perdió debajo del vehículo del desprendido candidato. Todos esperaron la explosión con sus caras fruncidas, Chuqui dudaba entre acercarse a su auto o salir huyendo, mientras Muñeco, ajeno a las preocupaciones de los cristianos, seguía danzando frenéticamente.
De pronto, una terrible explosión hizo temblar el suelo y saltar el auto del Chuqui, que en el acto quedó envuelto en una espesa de nube de humo. De nuevo todos salieron huyendo creyendo que en instantes explotaría el automóvil pero, por suerte, al despejarse el humo, el coche estaba aparentemente íntegro, salvo el bollo de la puerta causado por la bomba de su dueño. Dicen que con el rostro desfigurado por el mal momento, el Chuqui subió a su automóvil y a toda máquina se alejó, mientras los huelguistas, ya vueltos en sí, comentaban a las carcajadas el inesperado episodio que les había tocado vivir gracias a la generosidad electoral del Chuqui y la fobia coheteril de Muñeco, el "perrobomba"
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