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La fractura social no es un destino

Domingo, 14 de junio de 2015 00:00
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La fractura social no es un destino

En una nota anterior se planteó el tema del subdesarrollo con una visión crítica del papel que se le atribuye al ahorro y, comparativamente, el poco énfasis que desde los planteos académicos se le asigna a la inversión.
Por otra parte, se destacó también que propuestas "nuevas" sobre el tema, como las de Mr. Piketty, al mismo tiempo que no aportan nada con respecto al déficit de investigación mencionado, se esfuerzan en atribuir el problema de la desigualdad a un supuesto exceso de capital, lo que es un disparate porque es inimaginable que un sostenido proceso de inversión que en todas las economías del mundo ha llevado a la prosperidad y ha reducido el nivel de desempleo, sea el causante de la desigualdad.
En la nota previa mencionada se proporcionaba también una explicación sencilla del subdesarrollo: hay muy pocos bienes en relación a la inmensa cantidad de necesidades insatisfechas de todo tipo, y entonces la solución es producir más con más inversiones, lo que también reduce el desempleo que es un componente principal de la pobreza extrema, financiándose las nuevas inversiones con el ingreso de capitales mundiales y un clima favorable a la inversión junto al desarrollo de los mercados de capitales y un moderno sistema bancario.
La desigualdad, por su parte, se origina en varias circunstancias. En las economías de extrema pobreza, la inexistencia de una educación pública de excelencia y de programas fundamentales de prevención de la salud junto a la ausencia de viviendas adecuadas, saneamiento, etc., mantienen a una gran parte de la población, a veces mayoritaria, en condiciones que hacen imposible su despegue y mucho menos acortar la brecha de desigualdad, que se agranda porque la población sumergida compone una inmensa oferta de trabajo sin preparación que naturalmente no es demandada por la actividad económica e implica salarios paupérrimos que es imposible mejorar ya que, mientras esa oferta aumenta sin cesar, la demanda de trabajo correspondiente siempre será muy reducida.
En el otro extremo, el segmento mejor posicionado de la población recibe una educación aceptable y su capacidad de trabajo tiene en consecuencia demanda, lo que posibilita salarios necesariamente más elevados, con una brecha que se agranda porque el sector más precario mantiene una oferta de trabajo que no cesa de aumentar sin una demanda que la contenga, lo que presiona esos salarios a la baja.
Al mismo tiempo, los medios masivos de comunicación ponen en conocimiento de los segmentos de más bajos ingresos los nuevos y tentadores productos que la tecnología posibilita, generando un deseo de consumo que los reducidos ingresos de este sector hacen de imposible acceso. Frente a ello, la ingeniería financiera les genera nuevos instrumentos -tarjetas de crédito, principalmente- que permiten estirar sus posibilidades de consumo, a la vez que le proporcionan a los creadores de estos instrumentos jugosas remuneraciones que también contribuyen al distanciamiento de los ingresos.
Lo más grave es que este aumento en el deseo de consumir, que por un lado es positivo porque provoca una mayor producción y empleo, al no estar acompañada de una mayor productividad del sector que se busca incorporar al consumo, hace que la mayor producción se logre a precios más elevados, lo que deteriora el ya bajo poder adquisitivo de esta porción de la población, y aunque la suba de precios sea leve e incluso imperceptible, la producción de estos apetecibles nuevos bienes y servicios ha sido generada por el sector donde la productividad sí está en permanente aumento y posibilita en consecuencia subas de salarios en este nicho de ingresos que agrandan cada vez más la brecha de desigualdad.
¿Cómo se soluciona este grave flagelo?
Como se ha visto, el problema no surge de ninguna concentración del capital sino del fracaso de la educación en mantener una población homogénea en cuanto a su potencialidad laboral, por lo que, con una mira de largo plazo, se debe comenzar cuanto antes una transformación educativa que eleve en el menor tiempo posible la formación y preparación de la población; en el caso de los niños, en la escuela primaria y secundaria, y en los adultos, con una campaña sistemática de reeducación, a la vez que en las empresas se debe alentar el reentrenamiento permanente del personal que beneficia tanto a los trabajadores como a las empresas, incluyendo al sector público.
En el corto plazo, el Gobierno debe encarar un programa de "enroque" de su gasto público, reduciendo progresiva y sistemáticamente el gasto corriente en favor de la inversión pública, brindando saneamiento, viviendas, nuevas escuelas e infraestructura, mientras se alienta la radicación de nuevas inversiones que generen más empleo genuino.
La brecha de desigualdad puede y debe reducirse, pero la solución no viene de la mano de un combate al capital, sino del uso pleno de los recursos productivos, porque antes y ahora, lo que posibilita el mejoramiento de la calidad de vida es la producción de más y de mejores bienes y servicios, y no las persecuciones ni el enfrentamiento de la sociedad.
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