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Hacia el 2000, Gilda ya era un ícono social, una santa, pero aún así él no la conocía. En realidad, la conocía sin conocerla. Quizá -como nos habrá pasado a todos alguna vez- escuchó de pasada alguno de sus hits en un taxi o colectivo, pero estaba lejos de poder identificarla. El periodista y escritor Alejandro Margulis no sabía que ella había sido maestra jardinera de Villa Devoto ni que estaba revolucionando el universo de la bailanta, un mundo muy distante al que por entonces él no accedía.
No por ignorancia o desinterés, sino porque su atención estaba focalizada en ciertos asuntos ajenos al género tropical, más precisamente, una investigación sobre el hijo del presidente Carlos Menem, que se convirtió en el libro Junior. Vida y muerte de Carlos Menem (h.), editado en 1999 por el Grupo Planeta, un esfuerzo que le demandó dos años y generó mucha repercusión. Después de una vida de trabajo en las redacciones (Clarín y La Nación, entre otras), se había propuesto salir de la zona de confort y el libro sobre el malogrado Junior fue la excusa perfecta, pero agotadora.
"Cuando llegó a mí la historia de Gilda, fue un alivio maravilloso", dice hoy, a tres años de haberse convertido en el biógrafo de la cantante con la publicación de Gilda. La abanderada de la bailanta (Planeta). "Para mí, Gilda fue un amor a primera vista", agrega Margulis en su estudio de Villa General Mitre, donde trabaja como periodista, escritor freelance y editor independiente del sello Ayesha Literatura.
Lo mismo le pasó a Raúl Cagnin aquella noche de boliche ochentosa en la que conoció a Miriam Bianchi. No imaginó que terminaría siendo su marido y el padre de sus dos hijos, Mariel y Fabricio. Mucho menos que esa chica flaca y de ojos penetrantes iba a convertirse en la cantante más emblemática de la historia de la movida tropical. Raúl Cagnin quedó perplejo y lo mismo le sucedió años después al músico Toty Giménez, compañero incondicional e impulsor musical de Gilda desde que la conoció. En el libro que Margulis escribió, Toty cuenta que perdió la cabeza por ella cuando la vio tras su puerta esperando audicionar para vocalista de una banda que quería formar.
"Vengo por el aviso", le dijo a Toty esta flaquita de carácter fuerte, con un tono suave pero plantado. "Me enamoré desde el momento en que la vi. Estaba embobado [...] Yo sentía que la conocía desde siempre. No había tenido una vida fácil y no era muy feliz en su matrimonio. Yo también tenía un problema con mi pareja. Me iba a dormir cada noche esperando que al día siguiente las cosas cambiaran. Pasó mucho tiempo hasta que ese amor se concretó. No fue fácil. La nuestra fue una relación a la antigua. Quizá por eso dura tanto. Yo sigo enamorado de ella. Fue el amor y la música lo que nos cambió la vida para siempre". Ese día -por 1990- ella cantó su primera canción frente a él, una versión casera de Você abusou que los uniría para siempre.
"Toparme con la historia de Gilda fue una combinación de casualidad y la necesidad personal de cambiar un poco de zona en la que estaba trabajando. Me mudé a esta casa y me topé con vecinas misioneras bailenteras: Vanessa y Luján. El primer domingo que amanezco en mi nuevo barrio, atronó la música de Gilda. Mis vecinas la escuchaban a todo volumen. La verdad es que no me gustaba esa música, pero las letras me resultaron cautivantes: poéticas, generosas e ideológicamente muy sabias. Imaginá en el 2000 a una mujer que les cantaba a otras jóvenes y les aconsejaba que no se dejaran cagar, que se hicieran respetar, que si las maltrataban, se alejaran y le dieran salida a los maltratadores. Cantaba de la alegría, del amor, pero no la tontería misógina propia de la cumbia", explicó el autor de la biografía que logró desnudar a una Shyll (o Gilda) humana, real.
Gilda fue un antes y un después en la cumbia femenina. Tras su fama, comenzaron a aparecer cantantes femeninas en el género tropical, cosa poco habitual. Las letras de "Fuiste" y "La Puerta" dejaron claro el valor que Gilda le daba a la mujer y la insistencia por el amor propio femenino en tiempos donde reinaba el machismo por doquier: "Para ti, Gino, ¡para que aprendas!". Arranca el tema a todo ritmo. Y sigue: "¿Quién te dijo que mi puerta tiene que estar siempre abierta? Vas y vienes cuando quieres y yo solita despierta. Te cerraré la puerta en la cara, te cerraré la puerta en la cara, te cerraré la puerta en la cara, te cerraré la puerta para que aprendas. No me verás llorando tras de la puerta. (Hombre, pero ya me tienes cansada, duerme afuera, arriba de un árbol, donde quieras pero aquí no vuelves nunca más, te lo he dicho)", repetía una y otra vez en momentos donde Gladys "La bomba tucumana" y Lía Crucet eran de las pocas habilitadas para despecharse dentro del mundo tropical.
Hasta el momento, habían salido algunas biografías pequeñas sobre ella, pero con información algo "errónea, incompleta y sesgada" que la propia cantante -afirma el autor- se había encargado de generar porque era algo "fantasiosa". "La información que yo tenía sobre ella en el 2000 contiene los mismos errores que se siguen publicando hoy: como que Toty Giménez fue su pareja sentimental. Si bien está claro que fue su guía y su director musical, dudosamente fue su compañero de vida. Él inventó la música de Gilda con ella. Cuando ella murió junto a su hija Mariel en el accidente del 7 se septiembre de 1996 camino a Chajarí en Entre Ríos, Toty salió a decir que era su marido. Fueron tantas las críticas que recibió que luego se desdijo. Tampoco es cierto que eran amigos de la infancia y que se reencontraron de grandes. Ni siquiera estoy seguro de si eran amantes", precisa el autor de la única biografía que incluye los manuscritos del diario íntimo de la cantante y la versión de su marido, quien compartió 11 años de su vida.
La libriana Shyll, como se había autoapodado a los 12 años, era una chica de clase media de Devoto que, a pesar de amar la música desde pequeña, estudió para ser maestra jardinera y de hecho trabajó años en el jardín de infantes que puso de adolescente junto a su madre en aquella casa que, por cuestiones laborales, debió abandonar la familia entera para asentarse en Villa Lugano. Luchadora y pasional, era de las alumnas prodigio que por buen desempeño pudo saltearse grados en la escuela de monjas. Extrovertida y corajuda, le hacía frente a las situaciones con fortaleza, sin tapujos ni pelos en la lengua. Su actitud era arrolladora, de mujercita líder que le había puesto el pecho al hogar tras la tambaleante situación económica que dejaron los dos ataques cerebrovasculares que sufrió su padre. De pequeña, amaba disfrazarse y acoplarse con pandereta en mano a la orquesta de Tito Alberti (creador de El Elefante Trompita) que sonaba a menudo en lo de su vecina. Disfrutaba de la danza clásica y española y, sin dudas, le apasionaba cantar libremente.
"Ella era de clase media, pero muy preparada. Se podía relacionar con cualquier persona. Se adaptaba a lo que tenía al lado [...] Con el carácter que tenía, [a la gente] le daba miedo contradecirla porque era brava", le contó al periodista su exmarido, quien consiguió su mano en 1984, pero la fue perdiendo paulatinamente, "pasito a pasito". Hasta su propio productor, el "Cholo" Olayala, ha tenido que frenarla más de una vez por su fuerte temperamento. "La verdad es que en 1990 Shyll cambió radicalmente [él nunca la llamó Miriam]. Después se dedicó al canto. Una mujer yendo a cantar de noche y un tipo celoso como yo, imaginate, fue una explosión", se lamentó Raúl Cagnin en la biografía.
Admiradora de Dyango, Celia Cruz, Gal Costa y Gardel, fue recordada en su círculo íntimo por su persistencia, su carisma y su marcada personalidad. Su lucha por realizarse y sus notas manuscritas de su diario íntimo le revelaron al escritor Alejandro Margulis las inseguridades, la nostalgia, la fortaleza y el espiritualismo que mostraban las debilidades no de una artista, sino de una auténtica mujer. El relato de quienes vivieron de cerca a la Gilda cotidiana, de jeans y zapatillas, también dio cuenta de sus rasgos no tan positivos: obsesiva por la limpieza, quejosa y algo sufrida. Los altibajos también eran moneda corriente en quien deja la enseñanza para saltar a la fama.
"En sus diarios se nota una fuerte melancolía. Era esa clase de personas que mantienen con discreción sus tristezas. No sé si era alegre, pero sí de contentar a su familia, de levantar a los músicos del grupo, a pesar de que al principio se escapa de su barrio un poco a las escondidas, porque de Devoto se iba a hacer la rueda nocturna que incluía bares y hasta siete shows por noche. Pero no era una comehombres, ni a palos. Se producía para los shows porque era artista, sino, andaba a cara lavada. No era asquerosa, sino más bien flexible y cariñosa con sus fans. Tenía mucha empatía. Hasta los fans hablaban con ella por teléfono. Estaba bastante solitaria, porque se estaba separando y se movía en un ambiente donde sus pares no eran de ese palo. Su propio productor, el Cholo Olayala ha tenido que frenarla más de una vez", relata el periodista.