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Laberintos humanos. La mano de Natanael

Miércoles, 27 de enero de 2016 19:18
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Laberintos humanos. La mano de Natanael

El blues que Vernuce O´Hara cantaba contaba de cuando Nataneal Quispe llegó herido, tras el accidente en la mina, a la sala del hospital. Lo recibió Eulalia Vilte, la enfermera, quien al instante supo que se había cruzado con el amor de su vida, tomó la mano de Natanael Quispe entre las suyas, una mano envuelta en paños tintos de sangre, y la desenvolvió.

Su oficio lograba que no se fuera impresionar por las heridas más atroces, pero se horrorizó al ver que a esa mano le faltaban irremediablemente tres de sus dedos. En un flash back que la llevó a la niñez, Eulalia Vilte se recordó jurando que nunca amaría a un hombre con la mano inconclusa porque soñaba con ser acariciada por manos completas.

Vernuce tomó entre sus manos el micrófono, y cuando Parker iniciaba un asordinado solo de saxofón, se preguntó a modo de susurrado estribillo si Eulalia Vilte le sería fiel al juramento que se diera en la lejana infancia o al sentimiento que le inundaba el alma. ¿Qué decisión iba a tomar la enfermerita?

Llevada por la situación, aceptó salir a bailar esa noche con Natanael Quispe, cosa que fue agradable cuando las cervezas pero que se enturbió cada vez que le tendía la mano para mecerse el ritmo de la cumbia, cuanto más que al de la cueca alegre de los ya cercanos carnavales. ¿Qué decisión iba a tomar la enfermerita?, se preguntaba Vernuce haciendo suspirar a la audiencia del bar neoyorquino.

De niña se había jurado dejarse amar por un hombre de mano completa pero el destino, siempre traidor, le tendía la de Natanael.

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