inicia sesión o regístrate.
Laberintos humanos. Milagro impropio
La muchacha que se nos acercaba era la misma Perla del recuerdo del Varela, y su aparición no podía sino ser un milagro. Un milagro producto de aquella mujer que nos hablara en el pesebre bajo el molle, un milagro exagerado, impropio porque la rescataba de la muerte, de una muerte lejana, y la traía donde no correspondía.
Pero estaba allí, y en el corazón del Varela revivieron los ocultos sentimientos que sepultó el dolor, sin por ello perder estos otros que lo ataban al corazón de Carla Cruz. De Perla le quedaba ese sabor del primer amor, el inolvidable, el sepultado en aquella desgracia, y Perla, que también lo quiso, le dijo que si no debía estar aquí, se iría.
Si es tarde para que regrese, me voy, le dijo Perla al Varela y él le dijo que no, porque de irse era cierto que aquel mal hombre la había matado a golpes. Lo que había sucedido, cumpliendo su deseo, era que Perla no sufrió lo que sufriera, y el Varela sintió que se desgarraba por dentro. Carla Cruz, a su lado, comprendía lo profundo del drama.
Perla, entre ellos, junto a ellos, no había pasado por el calvario de un mal amor que la llevó a la tumba. Perla estaba allí porque no había sucedido todo aquello que atormentaba la memoria del Varela, pero estaba donde debía estar ella, Carla Cruz, y en ese lugar no podían estar las dos mujeres.
Los cuatro, el Varela, Perla, Carla Cruz y yo, seguimos bajando hacia el centro de Tilcara sabiendo que esa situación no debía prorrogarse, que algo debía pasar y que lo que debía pasar dejaría afuera a una de las dos.