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Laberintos humanos. El deseo de Tecú.

Miércoles, 10 de febrero de 2016 19:53
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Laberintos humanos. El deseo de Tecú.

La historia de Jacobo Buendía es distinta de la de Tristán Quispe, quien buscaba en vano hallar el carnaval. De niño, cuando otros le temían a los diablitos ignorando que eran gente disfrazada, T.Q. los imaginaba sin poder hallarlos. Un año fueron las paperas las que lo postraron, y otro año fue el viaje con Mamá, que era mucama en Buenos Aires.

Tecú, como lo llamaban por sus iniciales, llegó a la secundaria sin conocer más que pascuas, agostos y pesebres, cuanto más un velatorio, pero nunca una comparsa de alegres y, se sabe, uno desea lo que menos tiene. Ya de catorce años, Tecú visitó a una curandera para saber la causa de su sino.

La mujer puso hojas de coca entre las palmas de su mano, las sopló con humo de tabaco de cigarros Casino, que por aquellos años se fumaban en Bolivia, bebió y escupió en el suelo un trago de singani, dejó caer las hojas de coca sobre el mantel de nylon florado, las repasó con ojo clínico, las movió con las yemas de los dedos y alzó sus ojos negros hacia los ojos negros de Tecú.

La mujer comenzó a reír, primero como si fuera una tos suave, pero al fin con una de esas risas groseras que ponen incómodo porque saben a burla, bajó la vista a las hojitas que parecían flotar en el estampado colorido de la mesa, volvió a beber un trago que, esta vez, no escupió, y le dijo que era el Diablo quien no quiere verte, chango.

¿Y por qué no quiere verme?, le preguntó Tecú para que la curandera levantara los hombros y le respondiera que no le era dado conocer las razones de las decisiones del Malo.

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