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Laberintos Humanos. El quince de Anaclara

Jueves, 25 de febrero de 2016 21:00
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Laberintos Humanos. El quince de Anaclara

En aquel ambiente de hipocresía, cuando el pueblo era una tensa telaraña de engaños que no llevan a nada, nació un romance tan puro que llamaba la atención por el contraste. Pudieron no haberse conocido, y sin embargo fueron al quince de Anaclara, que no cumplía sino catorce pero quería parecer más grande.

Algunos recordarán la fiesta por dos cosas: la torta de falso chocolate y la orquesta, que era lo que entonces se llamaba disck jockey con cuatro imitadores de los Beatles con flequillos y trajes de corte italiano. Algunos, con gestos fingidos de Sandro, dieron en la esquina la primera pitada a un cigarrillo y otros el primer beso, y esa noche se conocieron Luisa y Luis.

Ella temblaba si apenas la miraban y tendría sus dieciséis. Él llegó cansado de tanta mentira, porque al salir de su casa su padre le pidió que le dijera a su madre que iba con él al quince, aunque iba al bautismo de su nuera por parte de la mujer que ocultaba, mientras su madre le guiñaba el ojo para que no le dijera a su padre que el carnicero esperaba el momento de entrar por el fondo.

Cuando Luis llegó a la fiesta, Luisa estaba dudando entre un sándwich con aceitunas y otro que rebosaba mayonesa, y Anaclara, sin razón aparente, se la presentó a Luis como su prima. Luisa se volvió para decirle que no era cierto y preguntarle para qué mentía, y Anaclara levantó los hombros, ofendida, para responderle que ¿yo qué sé?

Y fue ese gesto de Luisa, más que sus ojos profundos y el talle del vestido floreado, lo que cautivó el corazón de Luis.

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