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Laberintos humanos. Sábado de Carnaval
Jacobo y la muchacha que encontró tras la peña del Cerro Negro, donde subía buscando la soledad, se perdieron en la primera noche del carnaval. Bailaron entre los alegres excitados por la ebriedad de la chicha de maíz nacido. Se mezclaron entre los disfrazados como si su alegría entalcada fuera sus máscaras.
Rieron y se besaron, tomados de la mano en ese huayno que más al norte llaman carullo, y en el rimar de sus coplas se sintieron a la par, pero ella guardaba un rencor. Se lo dijo casi al alba, cuando las caras desdibujadas de la madrugada que ya era domingo. ¿Qué te sucede?, quiso saber Jacobo.
Desde que ayer al ocaso me tomaste de la mano para entrar juntos a la alegría, le dijo la moza, nunca me preguntaste el nombre. Jacobo supo que era cierto porque no podía recordar cómo se llamaba. Buscó en cada recoveco del olvido y nada, y le pidió que lo perdonara, pero ella le dijo que era tarde.
Tuviste toda la comparsa para preguntarlo, le dijo ella, y hasta un primo me saludó llamándome, pero no quisiste saberlo. Él le recordó que le había prometido ser suya entre los alegres, y ella le dijo que lo fue, ¿pero por qué nombre vas a recordarme?, le preguntó corriendo ya hasta perderse donde las piedras alzan las pircas que ocultan las casas.
Jacobo se lavó la cara con el agua fresca de una acequia y ya era la mañana bien entrada. ¿Dónde preguntaría por una moza tan linda cuyo nombre le sabía menos que el son de las trompetas de las bandas de los alegres que ya buscaban el sueño de la primera noche de carnaval?