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Laberintos Humanos. Incipientes celos
Cuando Toronjil y Carlota Méndez salieron de la casa para ver mejor la nube, ya la mujer que había tallado el viento parecía estar arrodillada, con la cabeza echada hacia atrás para que los largos cabellos le cayeran sobre la espalda desnuda, mientras con las manos se acariciaba los hombros.
Capaz que no se vea desde la casa de los García, dijo Toronjil acaso con incipientes celos, cuando lo cierto era que los tres hermanos García, siempre tan sedientos cuando se cruzaban con la Carlota Méndez por algún camino de aquella Puna, no hacían sino lo mismo que ellos, y miraban embobados la nube a quien el viento transformara en mujer.
Pero desde la casa de los García la veían de espaldas, con ese contorno tan perfecto que parecía haber dibujado en la nube músculos tensos de pasión, y el domingo, en una misa a la que no asistieron ni los García, ni el Toronjil ni Carlota Méndez, pero de la que escucharon comentarios, el padrecito aseguró que no podía sino tratarse del Tentador.
Decían que el párroco aseguraba que la nube mantuvo la forma de un mujer durante cuatro horas y veintidós minutos, lo cual significaba que se habrá quedado viéndola desde la puerta de la sacristía todo ese tiempo para poder medir el tiempo, y lo mismo debe haber hecho el juez de paz para que su esposa lo desembobara de un baldazo de agua fría.
Natanael Cúspide cometió el error de asegurar que no había en muchas leguas una mujer como aquella, y allí los acontecimientos se precipitaron, porque la mujer de Natanael era la hermana mayor de Toronjil.