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Laberintos humanos. Grave irrealidad

Martes, 19 de abril de 2016 19:24
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Laberintos humanos. Grave irrealidad


Neonadio y Pistoccio huyeron en sus motocicletas negras rumbo al sur con la pretensión de regresar Ciudad de Nievas, donde el magistrado tenía su casa y la cueva desde donde partían para sus aventuras de caballeros andantes, pero se apearon cerca de Iturbe al descubrir que les faltaba nafta para seguir.

Nunca vi que a Batman le sucediera algo así, dijo el juez a lo que Neonadio respondió que era una falla grave del guionista de las películas que, aunque taquilleras, adolecían de tan grave irrealidad. ¿Usted cree?, dijo Pistoccio. Yo siempre tuve para mí que la serie de Adam West no era una ficción sino un documental.

Qué se yo, dijo Neonadio, pero hasta llegar a Humahuaca no hay estaciones de servicio. Qué macana, dijo Pistoccio cuando vieron que desde el norte humeaba la locomotora del tren, y los caballeros sonrieron porque ya veían el modo en el que llegar a la ciudad.

Pero nos olvidamos de don Justino, dijo Neonadio al tiempo que se colgaba de una de las manijas del vagón en marcha. No se preocupe, sugirió el magistrado, que don Dubin, que escribe estos Laberintos, verá cómo lo hace llegar a Ciudad de Nievas. Lo hará, dijo ya cuando se sentaba en la butaca del lado de la ventanilla, porque sin Justino Júmere Jumez nadie escribirá nuestras crónicas para que pueda repetirlas en este pie de página.

Pero esa no parecía ser su principal preocupación, sino esos niños que corrían junto el tren pidiéndole que tiredié, porque en los años de esta historia aún las monedas de diez centavos tenían algún valor.

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