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Laberintos humanos. Para servirle

Sabado, 02 de abril de 2016 21:16
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Laberintos humanos. Para servirle

Por precaución, que quien sabe qué demonio puede uno toparse en la puna, Toronjil anduvo más despacio para que el desconocido se perdiera delante suyo, pero al perderse apareció a sus espaldas para tocarle el hombro y decirle que muy a pesar de su actitud, aquí estoy yo, para servirle, y Toronjil comprendió que, aunque inexplicable, debía tratarse de alguien bueno.

¿Cómo sabe que caí en la precaución de dejarlo alejarse?, le preguntó por no confesar que tuvo miedo. Yo no sé nada, amigo, le contestó con una sonrisa tan ancha que daba pena desdecirlo, y compartieron la coca y el andar lento hasta que Toronjil se volvió para verlo y vio que eran dos: uno de andar pesado y otro casi borroneado contra la neblina que caía sobre el cerro.

Le pareció que eran el mismo hombre, sólo que uno era su cuerpo y el otro su espíritu, pero no le gustó la respuesta. La realidad solía ser más fácil, y sin embargo podría jurar que antes era uno y que más antes venía por delante para aparecérsele por detrás, y eso era tan cierto como que ahora eran dos.

El de andar más pesado le dio lástima, porque hay que arrastrar tanto cansancio cuando no hay ningún destino cercano. ¿Cómo ayudarlo?, se preguntó y se ofreció a llevarle la bolsa que cargaba. Deje nomás, le respondió ese otro pero el gesto con que se lo dijo ya no era tan bueno como cuando lo saludó.

¿Temía que lo robara? ¿Guardaba en esa bolsa algo de mucho valor y se había vuelto mezquino? Parecía pesar como si fuera metal, porque era una bolsa pequeña que a la vez lo encorvaba.

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