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Laberintos Humanos. La gitana

Viernes, 22 de abril de 2016 17:16
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Laberintos Humanos. La gitana

Sin embargo, Pistoccio llegó a la esquina de la calle Buenos Aires, se volvió hacia su escudero Neonadio y le dijo que aquella era una verdadera princesa, no como las de castillos y dragones, y que la conoció cuando, con otros estudiantes de derecho, viajaron a Humahuaca para vivir el carnaval.

Ella temió que no recordara su nombre, pero el magistrado sabía que aquel domingo estaba disfrazada de gitana, le pidió la mano para leerle la suerte y la tuvo entre las suyas hasta que esas manos se convirtieron en las cadenas de una cueca. Nunca me dijiste cual era mi destino, le dijo el juez.

Lo estás viendo ahora, le dijo ella y entraron a una casa de techos tan bajos como el marco de la puerta, que al fondo tenía una cocina sobre cuya mesa ella puso una cerveza y tres vasos de plástico. Estarás acostumbrado a otros vasos y a otras bebidas, le dijo al juez y Pistoccio le respondió que ella debía saberlo desde que era gitana.

Lo nuestro duró hasta el Martes de Chaya, nada más, dijo ella, y a Neonadio le sorprendió que aún lo recordaran con tantos detalles. Nos amanecimos bailando el Lunes de Carnaval, dijo Pistoccio con tono melancólico, y recién esa noche me animé a besarte. Eran otros tiempos, dijo ella. Nuestros nietos lo resuelven más rápido, agregó y él dijo que no somos nuestros nietos. No lo somos, dijo ella.

¿Alguna vez me dijiste cómo te llamabas?, le preguntó el juez Pistoccio y ella le respondió que no hacía falta, era Carnaval pues. Era Carnaval, dijo él, pero nunca supe con qué nombre recordarte.

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