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En ese lugar se había demolido hacía algo más de un lustro un par de antiguas casonas de dos pisos.
La que estaba sobre calle Caseros había sido la farmacia y droguería Alemana; y la de la esquina fue hasta entonces un ícono de la arquitectura de Salta. Ambas habían pertenecido a don Tomás de Arrigunaga y Archondo, súbdito español de Viscaya que había arribado al Río de la Plata en 1776 y a Salta a fines del siglo XVIII.
Aquí se afincó definitivamente y se casó con doña Eulalia Ruiz Carabajal Gómez.
La casona de don Tomás fue la primera que dio lugar a que, en los estrados judiciales de Salta, se ventilase el derecho de propiedad horizontal, reconocido por la antigua legislación española.
Después de tan sentida demolición, la Municipalidad capitalina habilitó en el terreno baldío que quedó, una playa de estacionamiento para motos y bicicletas, cercada por una tapia de mediana altura.
Y ese papel cumplió hasta que el predio fue adquirido por los propietarios de la Tienda San Juan, quienes comenzaron, a mediados de los 60, a ampliar "La tienda del pueblo", como decía su eslogan publicitario.
Los trabajos de ampliación comenzaron en marzo de 1966 y casi un mes después, cuando los obreros excavaban los cimientos, dieron con un recipiente que en su interior guardaba -según dijeron- 17 monedas de plata.
Éstas tenían la inscripción "Carolus III, 1770" y, en el centro, un sobrerelieve con la efigie de Carlos III, rey de España entre 1759 y 1788.
De más está decir que la noticia causó un gran revuelo en nuestra ciudad, tanto que en cuestión de horas, en los "mentideros" de la ciudad se reactualizaron las viejas historias de los tesoros y de los "tapao".
Y así fue que cada contertulio sacaba a relucir algún viejo relato sobre "tapaos" o tesoros.
Ahí salieron a luz los "tapao" de la escuela Benjamín Zorrilla, el de los jesuitas -escondido en el Cañadón del Negro, en Cerrillos-; el del Curu Curo en El Galpón; o el del cerro el Zorrito, en Cafayate.
Pero hubo más. Al día siguiente del hallazgo del "tapao" de la tienda San Juan, como le decían, las 17 monedas de Carlos III habían sufrido una metamorfosis similar a la que sufren las peces extraídos por los pescadores: con el paso de las horas aumentaba la cantidad y el tamaño de las piezas obtenidas.
Según el mentidero -Bar Roma, La City, El Jockey de "Gallina" Gómez o "Goyesca"- la cantidad y la calidad de las joyas y monedas difería sustancialmente entre sí.
A tanto llegó la bola de nieve, que una solicitada publicada en El Tribuno por el director del Museo Histórico y de Bellas Artes, el ingeniero Rafael P. Sosa, fue el documento que puso las cosas y las monedas de Carlos III en su lugar.
Más especulaciones
Cerrada la discusión de la calidad y la cantidad de la monedas, comenzó otra especulación. Muchos aseguraban que las 17 monedas encontradas no eran otra cosa que rezago de un "tapao" más importante que aún permanecía enterrado en algún rincón del predio.
Otros sostenían que quizá el "gran tapao" ya se lo habían llevado alguno de los inquilinos que había tenido la casona. Y un tercer grupo afirmaba que al tesoro se lo habían quedado los que habían demolido la casona a fines de los 50.
Y en tren de especular hubo un memorioso que trajo a colación el relato de don Juan Carlos Dávalos, referido al "tapao" encontrado justamente en la casona de los Archondo, conocido como "La cola del gato".