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Laberintos humanos. La familia real
Este es mi padre, el rey de este castillo, dijo la abuelita que, en su juventud, fuera la maestra Natividad Geómeta, y contra sus propias voluntades, porque ya se habían acostumbrado a ser republicanos, Neonadio, Torongil, el magistrado, el poeta y la Carlota se arrodillaron para saludarlo.
El rey, con su inútil y enorme capa roja y su corona, les dijo que si buscaban a la princesa no la podrían ver porque se la había llevado, secuestrada, el dragón malo. Además, es una mujer casada, dijo con cierta rabia. Ni la conocemos ni sabemos si es linda o es fea, ni la pretendemos, dijo el juez Pistoccio.
Con mentiras a otro reino, dijo el rey mientras le daba de comer en la boca a su hija, que era la abuelita. Nadie llega hasta este castillo si no es para ofrecerle su amor a la princesa, y para evitar su infidelidad es que el dragón la secuestra, se la lleva volando en sus garras, y sólo la deja volver de diez en diez años.
¿Y eso desde cuándo?, preguntó el poeta don Justino acariciando su propia barba blanca, a lo que el soberano respondió, enfurecido, que su pregunta era una guarangada, porque no es de caballeros querer saber la edad de una princesa. ¿Y por lo menos podemos hablar con su marido?, quiso saber Carlota Méndez.
Lo están haciendo porque su marido soy yo, dijo el rey, y con ello comprendieron que la princesa era la madre de la abuelita. Entonces supusieron que, si esto era una pesadilla, la estaba soñando un dormilón enloquecido que no parecía hacerse responsable de la lógica de sus delirios.